En casa teníamos un pequeño gatito de color negro; me propuse ganarme su cariño y es ostensible que lo logré.
Una noche cualquiera quise hacer un experimento metafísico trascendental; acostado en mi lecho coloqué a mi lado al inocente animal.
Relajé mi cuerpo en forma correcta y después me concentré profundamente en el citado felino, rogándole que me sacase de mi cuerpo físico.
Confieso sin ambages que tal concentración fue larga y muy honda, posiblemente se prolongó por el espacio de una hora.
Me adormecí ligeramente mediante la intensiva concentración, más ciertamente hube de pasar por una extraordinaria sorpresa.
Aquella criatura pareció aumentar de tamaño y luego se convirtió en un gigante de enormes proporciones acostado a la orilla de mi cama.
Le toqué con la diestra y me pareció de acero; irradiaba electricidad y su rostro era negro como la noche.
No hay duda de que todo su cuerpo era del mismo color, empero había dejado la forma animalesca, asumiendo en vez de esta la figura humana, a excepción del rostro que, aunque gigantesco, continuaba siendo de gato.
Esto fue algo insólito que no esperaba, me sorprendí terriblemente y, un poco espantado, lo conjuré con la Conjuración de los Siete del Sabio Salomón.
El resultado fue que aquel encanto cesó; instantes después, junto a mí, estaba otra vez la inocente criatura en su forma de gatito.
Muy preocupado anduve el otro día por las calles de la ciudad; yo creía que el miedo había sido eliminado de mi naturaleza, y he aquí que, ahora, el Nahual éste me había dado tremendo susto.
Sin embargo, en modo alguno me resignaba a perder la batalla y me di ánimo a mí mismo, aguardando ansioso la noche para repetir el experimento.
Coloqué otra vez a la pequeña criatura en mi cama y a la diestra, como la noche anterior.
Relajé mi cuerpo físico, no dejando ningún músculo en tensión, y después me concentré profundamente en el felino, guardando allá en lo profundo de mi corazón la intención de no dejarme espantar nuevamente.
“Soldado avisado no muere en guerra”, y yo ya estaba obviamente informado sobre lo que debería suceder. Así pues, el temor había sido francamente eliminado de mi interior.
Transcurrida una hora poco más o menos, en muy honda concentración, se repitió exactamente el mismo fenómeno de la noche anterior.
El Elemental del gatito aquel es obvio que se salió del cuerpo para tomar humana figura gigantesca y terrible.
Acostado en mi lecho, lo miré; era espantoso en gran manera, terrorífico. Ciertamente su cuerpo tan enorme no cabía del todo en la cama por lo cual sus piernas y sus pies rebasaban mi humilde lecho. Lo que más me asombró es que tal Elemental, al abandonar su cuerpo denso, pudiera materializarse físicamente, hacerse visible y tangible para nuestros sentidos, pues podía tocarlo con mis manos físicas y parecía de hierro; podía verlo con mis ojos físicos y su rostro era tremendo.
Empero esta vez sí no tuve miedo. Me propuse ejercer completo control sobre mí mismo y es claro que lo logré. Entonces, hablándole con voz pausada y firme le exigía que me sacara del cuerpo físico diciéndole: “Levántate gatito de esta cama (al decir esto el gigante aquel se puso de pie).”
Después continué ordenándole. “Sácame ahora de este cuerpo físico; llévame en Astral;” al decir esto último, aquel gigante extraordinario me contestó con las siguientes palabras; “dame tus manos;” es claro que yo levanté mis manos, momento que aprovechó el Elemental para jalarme y sacarme del cuerpo físico.
Aquel extraño ser estaba dotado de una fuerza terrible, pero irradiaba amor y es ostensible que quería servirme; así son los Elementales de la Naturaleza.
Ya de pie en mi Astral, junto al lecho y teniendo por compañero a ese misterioso ser, tomé nuevamente la palabra para ordenarle así: “Llévame al centro de la ciudad de México”. “Seguidme”, fue la respuesta de aquel coloso. El salió de casa caminando lentamente, y yo paso a paso tras de él.
Anduvimos por distintos lugares de la ciudad hasta llegar a San Juan de Letrán, y por ahí, en una esquina cualquiera, nos detuvimos un momento.
Era la media noche y anhelaba llevar a feliz término el experimento. Vi a un grupo de caballeros en una esquina platicando; ellos estaban en cuerpo físico y por lo tanto es incuestionable que no me percibían; sin embargo, yo quería hacerme visible y tangible ante ellos; tal era mi propósito.
Dirigiéndome, pues, al gigante aquel, el Nahual éste de las maravillas y prodigios, en tono dulce pero imperativo le di una nueva orden: “Pasadme ahora al mundo de tres dimensiones, al mundo físico”.
El Nahual Elemental puso entonces sus dos manos sobre mis hombros a tiempo que hizo sobre estos cierta presión.
Sentí que abandonaba el Mundo Astral y que penetraba en el mundo físico; quedé visible y tangible ante el grupo aquel de caballeros que en ese lugar se encontraba.
Acercándome a ellos, pregunté así: “¿Qué horas tienen, señores?” “Son las doce y media de la noche.” “Gracias, señores; quiero decirles ahora a ustedes que yo vengo de las regiones invisibles y que he querido hacerme visible y tangible para ustedes; palabras raras, ¿verdad?”. Aquellos hombres me miraron extrañados; yo continué diciéndoles: “Hasta luego, señores; regreso ahora nuevamente para el mundo invisible;” rogué al Elemental aquel me pasara otra vez a las regiones suprasensibles y es incuestionable que la criatura aquella obedeció en el acto.
Alcancé a ver el asombro de todos aquellos señores. Sintieron horror, pavor y se alejaron presurosos de aquel lugar.
Nuevas órdenes dadas al gigante Elemental fueron suficientes para que él me trajese de regreso a la casa.
Al volver a la habitación, al penetrar en la recámara, vi que aquel señor misterioso perdía su gigantesco tamaño y penetraba dentro del pequeño cuerpo felino que yacía en el lecho, precisamente por la glándula pineal, situada, como es sabido, en la parte superior del cerebro.
Yo hice lo mismo, puse mis pies astrales sobre la citada glandulita del cerebro físico y me sentí luego dentro de mi cuerpo denso para despertar entre el lecho.
Miré al gatito, le hice algunas caricias, le di las gracias y le dije:
“Te agradezco el servicio prestado; tú y yo somos amigos.”
Desde entonces, mis caros amigos, he pensado que los gatitos, que estos Elementales felinos, pueden ser ideales a todos los aspirantes a la vida superior. Con esta clase de Nahuales cualquier ocultista puede aprender a salir en Astral consciente y positivamente. Lo importante es no tener miedo; se necesita muchísimo valor.
No está de más decir que para esta clase de experimentos psíquicos se requiere que el color del gato sea negro.
Muchos ignorantes ilustrados pueden darse el lujo de reírse de todas estas declaraciones esotéricas, pero eso a nosotros no nos importa; estamos escribiendo para gente de inquietudes espirituales; estamos hablando para personas que realmente anhelan el despertar de la Conciencia.
Extraido del el libro “Mirando al Misterio” Cap. XVI por Samael Aun Weor