Para experimentar la Verdad no se necesita esfuerzo alguno. La gente está acostumbrada a esforzarse en todo y supone, equivocadamente, que es imposible experimentar la Verdad sin esfuerzo.
Podemos necesitar esfuerzo para ganarnos el pan de cada día o para jugar un partido de fútbol, o para cargar un fardo bien pesado, pero es absurdo creer que sea necesario el esfuerzo para experimentar eso que es la Verdad.
La comprensión reemplaza al esfuerzo cuando se trata de comprender la verdad escondida íntimamente en el fondo secreto de cada problema.
No necesitamos esfuerzo alguno para comprender todos y cada uno de los defectos que llevamos escondidos en los distintos terrenos de la mente.
No necesitamos esfuerzo para comprender que la envidia es uno de los más potentes resortes de la máquina social. ¿Por qué quieren muchas gentes progresar? ¿Por qué quieren muchas personas tener hermosas residencias y coches elegantísimos? Todo el mundo envidia lo ajeno, la envidia es pesar por el bien ajeno.
Las mujeres elegantes son envidiadas por otras mujeres menos elegantes y esto sirve para intensificar la lucha y el dolor. Las que no tienen quieren tener y hasta dejan de comer para comprar ropa y adornos de toda especie con el único propósito de no ser menos que nadie.
Todo paladín de una gran causa es odiado mortalmente por los envidiosos. La envidia del impotente, del vencido, del mezquino, se disfraza con la toga del juez o con la túnica de la santidad y de la maestría, o con el sofisma de que se aplaude, o con la belleza de la humildad.
Si comprendemos en forma íntegra que somos envidiosos, es lógico que la envidia entonces termina y en su lugar aparece la estrella que se alegra y resplandece por el bien ajeno.
Existen gentes que quieren dejar de ser codiciosas pero codician no ser codiciosas, he ahí una forma de codicia.
Existen hombres que se esfuerzan por conseguir la virtud de la castidad, pero cuando ven en la calle una muchacha bonita le echan algunos bonitos piropos, y si la muchacha es amiga, no pueden menos que agasajarla, decirle bellas palabras, admirarla, alabarle sus bellas cualidades, etc. El trasfondo de toda esa coquetería se encuentra en los resortes secretos de la lujuria subconsciente, tenebrosa y sumergida.
Cuando comprendemos sin esfuerzo alguno todos los juegos de la lujuria, ésta se aniquila y nace en su lugar la inmaculada flor de la castidad.
No es con esfuerzo alguno como podemos adquirir esas virtudes. El yo se robustece cuando se esfuerza por adquirir virtudes. Al yo le encantan las condecoraciones, las medallas, los títulos, los honores, las virtudes, las bellas cualidades, etc.
Cuentan las tradiciones griegas que Aristipo, el filósofo, queriendo demostrar su sabiduría y modestia, se vistió con una vieja túnica llena de remiendos y agujeros, empuñó el báculo de la filosofía y se fue por las calles de Atenas. Cuando Sócrates le vió llegar a su casa exclamó: ¡Oh, Aristipo, se ve tu vanidad a través de los agujeros de tu vestidura!
Los pedantes, los vanidosos, los orgullosos, creyéndose muy humildes, se visten con la túnica de Aristipo. La humildad es una flor muy exótica, quien presuma de humilde está lleno de orgullo.
En la vida práctica hacemos muchos esfuerzos inútiles cada vez que un nuevo problema nos atormenta. Apelamos al esfuerzo para solucionarlo, luchamos y sufrimos, pero entonces, lo único que conseguimos es hacer locuras y complicar más y más la existencia.
Los desilusionados, los desencantados, aquellos que ya ni siquiera quieren pensar, aquellos que no pudieron resolver un problema vital, encuentran la solución cuando su mente está serena y tranquila, cuando ya no tenían esperanza alguna.
Ninguna verdad se puede comprender por medio del esfuerzo. La verdad viene como ladrón en la noche, cuando menos se le espera.
Las extrapercepciones sensoriales durante la meditación, la iluminación, la solución de algún problema, sólo son posibles cuando no existe ningún tipo de esfuerzo consciente o subconsciente, cuando la mente no es esfuerza en ser más de lo que es.
El orgullo también se disfraza de sublime, la mente se esfuerza por ser algo más de lo que es. La mente, serena como un lago, puede experimentar la Verdad, pero cuando la mente quiere ser algo más, está en tensión, está en lucha y entonces la experiencia de la Verdad se hace imposible.
No debemos confundir la Verdad con las opiniones. Muchos opinan que la Verdad es esto o aquello, o que la Verdad es tal o cual libro, o tal o cual creencia o idea, etc.
Quien quiera experimentar la Verdad no debe confundir las creencias, ideas, opiniones y teorías con eso que es la Verdad.
Debemos experimentar la Verdad en forma directa, práctica y real; esto sólo es posible en la quietud y silencio de la mente, y esto se logra por medio de la meditación.
Vivenciar la Verdad es lo fundamental. No es por medio del esfuerzo como podemos experimentar la Verdad. La Verdad no es el resultado, la Verdad no es el producto del esfuerzo. La Verdad adviene a nosotros por medio de la comprensión profunda.
Necesitamos esfuerzo para trabajar en la Gran Obra, esfuerzo para transmutar nuestras energías creadoras, esfuerzo para vivir, luchar y recorrer el camino de la Revolución Integral, pero no necesitamos esfuerzo para comprender la Verdad.