Indubitablemente, es la cuarta coordenada el mismo hiperespacio de la Hipergeometría mediante el cual es posible realizar actos sobrenaturales, como son: La desaparición o aparición de un cuerpo en el espacio tridimensional de Euclides o la salida de un objeto cualquiera del interior de una caja herméticamente cerrada.
Ostensiblemente, se ha demostrado que cuando un electrón y un positrón se aniquilan para liberar energía, dos granos de luz aparecen o, más exactamente, dos rayos gamma. Las experiencias que han verificado el crudo realismo de este fenómeno, secuencialmente vienen a demostrar la existencia de la cuarta dimensión.
Incuestionablemente, los variados fenómenos de levitación auténtica fueron siempre posibles mediante el agente extraordinario de la cuarta vertical.
No está demás afirmar, en forma enfática y sin mucha prosopopeya, que la levitación mística es una elevación inusitada del cuerpo físico por encima del suelo.
Como quiera que muchas gentes no saben ni el abecé de esta cuestión, conviene citar a variados anacoretas que ante diversos públicos levitaron.
Empecemos con San Esteban, Rey de Hungría, ínclito señor medieval, muerto en el 1038, quien flotara en el aire una noche cuando oraba en su tienda.
Continuemos con San Dunstan, arzobispo de Canterbury, perínclito varón de Dios, quien precisamente el día de la Ascensión, 17 de mayo del 988, se elevara milagrosamente hasta la majestuosa bóveda de la catedral.
Siguen en orden sucesivo varios esclarecidos cenobitas e insignes damas de reconocida santidad, veamos:
San Ladislao de Hungría (1041-1095), renombrado anacoreta, quien en histórica noche flotara sobre el suelo mientras oraba en el famoso monasterio de Warasdin.
Santa Cristina (1150-1224), la admirable. Ilustre mística, que habiendo sido ya dada por muerta, se elevara deliciosamente hasta la bóveda de la iglesia en pleno servicio fúnebre.
Santa Isabel de Hungría, insigne matrona; San Edmundo; Santa Ludgarda, afamada religiosa; el bienaventurado Guilles de Santarem; la misteriosa Margarita de Hungría; la espiritual Santa Dulcelina; el preclaro Santo Tomás de Aquino, famoso Señor de Sabiduría; Santa Agnés de Bohemia y muchos otros, que sumergidos dentro de la cuarta dimensión, flotaban durante el éxtasis. Elevaciones extraordinarias, mágicos vuelos, salidas rápidas en vertical, suspensiones, ascensiones, pasadas, transportes, circuitos aéreos a gran altura, éxtasis, júbilo y arrobamiento.
Dice la leyenda de los siglos, y esto lo saben los Divinos y los humanos, que cuando nuestro Hermano Francisco de Asís (1186-1226) llegó al ocaso de su vida, se multiplicaron sus éxtasis en el Monte averno.
Su bienamado discípulo, el Hermano León, quien dichoso le llevaba alimentos, le encontraba siempre en estado de arrobamiento fuera de su gruta, a buena altura flotando sobre la perfumada tierra. A veces llegaba hasta las hayas, desaparecía de la vista, se iba por entre la cuarta coordenada. Y prosiguiendo con esta temática místico-científica, no está demás citar también a Santa Catalina de Ricci (1522-1589), la muy célebre estigmatizada Priora de Prato, quien cuando en éxtasis entraba, suspendida quedaba en el medio ambiente circundante.
Muchos otros penitentes, cenobitas, como San Francisco de Paula, San Francisco de Alcántara, Santo Tomás de Villanova, San Francisco Javier, etc., se desprendían del suelo en sus éxtasis y se mantenían en el aire ante el asombro extraordinario de la conciencia pública.
Casos famosos y extraordinarios por lo insólitos e inusitados, fueron, ostensiblemente, los de esa mística llamada Teresa de Ávila (1515-1582), descritos por ella misma con lujo de detalles, explicando dialécticamente cómo el mágico poder inefable la absorbía dentro de la dimensión desconocida mientras oraba; entonces flotaba ante las asombradas religiosas.
Cualquier día de esos tantos, no importa cual, aquella Santa estaba tan alta sobre el piso que no pudieron darle la ostia.
La doble levitación de Santa Teresa de Ávila y de San Juan de la Cruz en el Carmelo de Ávila, causaron estupefacción, asombro general… Entonces pudo verse en el espacio a estos dos místicos en estado de éxtasis.
Aquel monje azul otrora conocido con el nombre de José de Cuppertino, dicen que se elevó por los aires setenta veces. Este hecho mágico sucedió allá por el año 1650, motivo por el cual fue canonizado.
Cada vez que el mencionado eremita de dulce faz se desprendía de la dura tierra, profería un clamor. Interrogado por el cardenal de Lauria sobre este extraño y misterioso grito en el instante preciso del vuelo, el Santo respondió esotéricamente:
“La pólvora, cuando se inflama en el arcabuz, estalla con gran ruido, así también el corazón, abrasado por el divino amor. ¡Amén!”
Escudriñando viejos manuscritos con tesón de clérigo en la celda, hemos hallado de la tierra sagrada de los Vedas lo siguiente:
“Aquél que meditare en el centro del corazón, logrará control sobre el tattva Vayu (principio etérico del aire). Alcanzará también los siddhis, poderes de los Santos, Bhushari, Kechari, Kaya, etc. (flotar en el aire, meter su espíritu dentro del cuerpo de otra persona, etc.) Alcanzará el Amor Cósmico y todas las cualidades táttvicas divinas.”
El desarrollo substancial del corazón tranquilo es impostergable e inaplazable cuando se trata de aprender la Ciencia de los Jinas, la Doctrina de la levitación.
Incongruente, inconexo con el Tertium Organum o Tercer Canon del pensamiento, sería el intentar la idoneidad Jinas sin haber educido y vigorizado previamente los místicos poderes de los Santos en el corazón tranquilo…
Nunca quisiéramos interdecir o vedar las esotéricas prácticas de mágica levitación. Trabucar, aguar, en modo alguno es nuestra intención, sólo proponemos el “sacrificius intelectus” (sacrificio del intelecto) si es que anhelamos de verdad el armonioso desarrollo de los Fuegos del corazón.
La mente teorética y especulativa se expansiona, extiende y desenvuelve, a expensas de las sutiles energías del corazón y esto es muy lamentable.
La cerebración intelectiva, mecanicista, succiona, vampiriza sin misericordia alguna los poderes vitales del corazón.
A través de muchos años de constante observación, estudio y experiencia, pudimos verificar plenamente que el sujeto pseudo-esoterista o pseudo-ocultista, auto encerrado dentro de su mundillo, geldre o sauquillo razonativo, intelectivo, en el terreno levitacional práctico resultaba de hecho un verdadero fracaso.
No está demás imitar a José de Cuppertino en sus oraciones y sus éxtasis a fin de que el corazón, abrasado por el Divino Amor, se desarrolle armoniosamente capacitándonos para penetrar conscientemente con el cuerpo físico dentro de la cuarta vertical, más allá del espacio tridimensional de Euclides.
Incuestionablemente, aquellos sesenta ancianos aztecas que en el cerro de Coatepec hicieran sus operaciones y círculos mágicos para sumirse luego en la cuarta coordenada, habían desenvuelto, cada uno, por anticipado, los fuegos maravillosos del corazón.
Telendo, insólito, inusitado, resulta el relato de aquél viaje misterioso por la dimensión desconocida. Indubitablemente, en el Universo paralelo de la cuarta dimensión cualquier metamorfosis es posible. El Lucifer nahua, forzado por aquellos conjuros, transformó a los sesenta de Moctezuma en aves, bestias feroces, leones, tigres, adives y gatos espantosos.
No es, pues, mera jactancia, embullo o broma libresca, el relato consignado por Fray Diego Durán en su notabilísimo trabajo titulado “Historia de México”.
Si enfrontamos a campo traviesa la Historia de los Jinas, hallaremos en el Tibet oriental a Milarepa, venerabilísimo y xorable Maestro, ínclito tahar, que como cualquiera de los sesenta ancianos de Moctezuma, sabía levitar en la cuarta dimensión.
Perfecto Adepto de mágicas facultades, tuvo la gracia de atravesar y visitar innumerables paraísos sagrados y cielos de los Budhas de compasión, donde, por la virtud de sus omniabsorbentes actos y extraordinaria devoción, los Dioses que rigen esos dichosos lugares le favorecieron permitiéndole expresarse acerca del Dharma.
Jesús, el gran Kabir, sumergido con el cuerpo físico dentro de la cuarta vertical, caminó sobre las aguas del mar y esto lo saben los Divinos y los humanos.
Incuestionablemente, es Felipe, el Apóstol del Divino Rabí de Galilea, el bendito Patrón de los estados Jinas.