LOS ELEMENTALES

Nuestra Divina Madre Tonantzin es la Serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes ascendiendo victoriosa por el canal medular espinal del organismo humano.

Coatlicue es la serpiente del abismo, Kali, Hécate, la Proserpina infernal, la diosa de la Tierra.

Cihuacoatl es otro nombre terrible de la diosa de la Tierra y la Patrona bendita de las famosas cihuateotl que de noche gritan y braman espantosamente en el aire.

En tiempos más recientes Cihuacoatl se transformó en la “llorona” de nuestras leyendas populares, que carga una cuna misteriosa o el cadáver de una criatura inocente y que lanza en las noches amargos lamentos en las solariegas calles de la ciudad.

En tiempos antiguos decían que había llegado por el delito de haber dejado abandonada, en el mercado público a la cuna dentro de la cual estaba el cuchillo de sacrificio.

Incuestionablemente, los gnomos o pigmeos que moran entre las entrañas de la Tierra, tiemblan ante Coatlicue.

El genio particular de estos gnomos es Gob, un deiduso muy especial conocido en alta magia.  Se nos ha dicho que el reino específico de los gnomos está al Norte de la Tierra. Se les manda con la espada.

Veamos ahora un magnífico poema de la Epica Nahua relacionado con Tlaloc, el Dios del agua:  “El Dios Tlaloc residía en un gran palacio con cuatro aposentos, y en medio de la casa había un patio con cuatro enormes barreños llenos de agua.”

“El primero es del agua que llueve a su tiempo y fecundiza a la tierra para que de buenos frutos.”

“El segundo es del agua que hace anublarse a las mieses y hace perder los frutos.”

“El tercero es del agua que hace helar y secar a las plantas.”

El cuarto es del agua que produce sequía y esterilidad…”

“Tiene el Dios a su servicio a muchos ministros -los elementales del agua-, pequeños de cuerpo, los cuales moran en cada uno de los aposentos, cada uno según su color, pues son azules como el cielo, blancos, amarillos o rojos…”

“Ellos, con grandes regaderos y con palos en las manos, van a regar sobre la tierra cuando el supremo Dios de la lluvia ordena…”

“Y cuando truena, es que resquebrajan sus cántaros, y si algún rayo cae, es que un fragmento de las vasijas rotas viene sobre la tierra…”

Hallándome un día en estado de meditación profunda, hube de ponerme en contacto directo con el bendito Señor Tlaloc.

Este gran Ser vive en el mundo causal, más allá del cuerpo, de los afectos y de la mente. En todas las partes de mi Ser experimenté ciertamente la tremenda realidad de su presencia

Vestido exóticamente, parecía un árabe de los antiguos tiempos; su rostro, imposible de describir con palabras, era semejante a un relámpago.

Cuando le recriminé por el delito de haber aceptado tantos sacrificios de niños, mujeres, varones, ancianos, etc., la respuesta fue: “Yo no tuve la culpa de eso, nunca exigí tales sacrificios, eso fue cosa de las gentes allá en el mundo físico. “Luego concluyó con las siguientes palabras: “Volveré en la nueva Era Acuaria.”

Incuestionablemente, el Dios Tlaloc habrá de reencarnarse dentro de algunos años.

Los kabalistas afirman solemnemente que el reino de las ondinas se encuentra en el Occidente y se les evoca con la copa de las libaciones

Los antiguos magos, cuando llamaban a las ondinas de los ríos y de los lagos, o a los genios de las nubes o a las nereidas del tormentoso océano clamaban con gran voz pronunciando los siguientes mantras: Veya, Vallala, Veyala, Heyala, Veya.

Ciertas tribus de América, cuando quieren lluvia para sus cultivos, reunidos sus miembros, asumen la figura del sapo, lo imitan, y luego, en coro, remedan el croac de los mismos; el resultado no se hace esperar demasiado.

Los antiguos mexicanos oraban al Señor de las lluvias, al Tlaloc, y entonces era regada la tierra con las aguas de la vida.

Aunque Tlaloc es un Rey de la naturaleza, una criatura perfecta más allá del bien y del mal, está en sus manos la inundación, la sequía, el granizo, el hielo y el rayo, motivo por el cual los magos antiguos temían su cólera. No está demás afirmar que al finalizar la civilización nahua se le ofrecieron sacrificios de prisioneros vestidos con el númen y, especialmente, doncellas y niños con el propósito de aplacar su ira.

Necesitamos aclarar lo siguiente: Cuando la poderosa civilización Anahuac estaba en el cenit de su gloria, los sacrificios humanos, que tanto espantan a los turistas, brillaban por su ausencia, no existían.

Indubitablemente, toda civilización que agoniza termina siempre con un baño de sangre, y México en modo alguno podía ser la excepción.

Quienes hayan estudiado Historia Universal no ignoran esto al recordar a Roma, Troya, Cartago, Egipto, Persia, etc., etc., etc.

Los secuaces de la Antropología profana, utopistas en un ciento por ciento, basados en meros racionalismos subjetivos, han lanzado la hipótesís absurda de que nuestro santísimo Señor Quetzalcoatl, gran avatara del antiguo México, fue también adorado con el nombre de Ehecatl, que sabiamente traducido significa “Dios del viento.

Los Adeptos de la Fraternidad Oculta, aquellos Individuos sagrados dotados de razón objetiva, los Maestros auténticos de la Antropología gnóstica, saben muy bien, por experiencia mística directa y profundo análisis, que el Dios del viento es un deva de la naturaleza, un malachim del mundo causal, un genio del movimiento Cósmico muy distinto a Quetzalcoatl

No está demás explicar que la razón subjetiva elabora sus conceptos de contenido exclusivamente con los datos basados en las percepciones sensoriales externas, motivo por el cual nada puede saber sobre lo real, sobre la verdad, sobre Dios, como ya lo demostró en forma contundente Don Emmanuel Kant en su libro titulado “La Crítica de la Razón Pura”.

La razón objetiva es diferente; elabora sus conceptos de contenido con los datos fundamentales de la conciencia.

Así pues, al hablar sobre los Dioses del Panteón azteca, los estudiantes de la Antropología gnóstica sabemos muy bien lo que decimos; no lanzamos opiniones subjetivas…, somos matemáticos en la investigación y exigentes en la expresión.

Ehecatl, Sabtabiel, Michael, etc., etc., etc., constituyen una verdadera pléyade de Individuos sagrados de nuestro sistema solar de Ors, especializados en la difícil ciencia del Movimiento Cósmico.

El gran guruji Ehecatl ayudó en forma muy eficiente al gran Kabir Jesús de Nazareth en sus difíciles procesos resurrectivos.

Es indudable que bajo la dirección de Ehecatl trabajan en nuestro planeta Tierra billonadas y trillonadas de silfos aéreos.

Se nos ha dicho con gran énfasis que el reino de los silfos se halla ubicado en el Oriente.

Incuestionablemente, se les manda con la pluma de águila o con los santos pantáculos; esto lo saben magos. En la visión de la armonía de todas las cosas descubrimos con asombro místico a la parte espiritual de la naturaleza; en otros términos, encontramos a los famosos malachim o reyes angélicos.

Los contactos directos con los elementales deben realizarse siempre por intermedio de los reyes angélicos de los elementos, en la esfera maravillosa del mundo causal.

Cual la tierra, el agua y el aire, el elemento fuego de la naturaleza tiene también en la doctrina secreta de Anahuac a su Dios especial.

Los aztecas le adoraron siempre con el sagrado nombre de Huehueteotl, que traducido correctamente significa “Dios viejo”,

Se le representa como un viejo cargado de años y que soporta sobre su cabeza a un enorme brasero.

Se nos ha dicho que en contraste con Tezcatlipoca, que es el primero que llega a la fiesta del mes teotleco, el bienaventurado Señor Divino Huehueteotl es el último en llegar a la asamblea de los Dioses.

Huehueteotl, como elemento natural es el INRI de los Cristianos, el Abraxas de los gnósticos, el Tao chino, el Zen budhista, el Agnus Dei.

Huehueteotl, como Individuo sagrado, es un Rey angélico, alguien que se autorrealizó íntimamente, un malachim bajo cuya rectoría trabajan billonadas y trillonadas de salamandras (criaturas del fuego).

En el Fuego universal moran dichosos los “Hijos de la Llama”, los Dioses del elemento ígneo, los genios antiguos, Apolo, Minerva, Horus, etc. Esas Llamas inefables y terriblemente divinas ciertamente están mucho más allá del bien y del mal.

Ostensiblemente, el reino de las salamandras se encuentra en el Sur. Se les manda con la varilla dentada o con el tridente mágico.

Para dominar y servirse de los elementales de la naturaleza, en forma completa y definitiva, es indispensable eliminar previamente al Ego animal.

Nunca una persona ligera y caprichosa gobernará a los silfos de la naturaleza; jamás un sujeto blando, frío y voluble, será amo absoluto de las ondinas de las aguas o de las nereidas de los mares; la ira irrita a las salamandras del fuego y la concupiscencia grosera convierte de hecho en juguete de los gnomos o pigmeos del reino mineral a quienes quieren servirse de ellos.

Es preciso ser prontos y activos como los silfos; flexibles y atentos a las imágenes como las ondinas y nereidas; enérgicos y fuertes como las salamandras; laboriosos y pacientes como los gnomos. En una palabra, es urgente, indispensable vencer a los elementales en su fuerza sin dejarse nunca dominar por sus debilidades. Recordad que nuestro lema divisa es thelema (voluntad).  Cuando el mago haya muerto totalmente en sí mismo la naturaleza entera le obedecerá.

Pasará durante la tempestad sin que la lluvia toque a su cabeza; el viento no desarreglará a un solo pliegue de su traje.

Cruzará el fuego sin quemarse; caminará sobre las aguas tormentosas sin hundirse. podrá ver con entera claridad a todas las riquezas que se esconden en el seno de la Tierra.

Recordemos las palabras del gran Kabir Jesús: “Los milagros que yo he hecho los podréis hacer vosotros, y aún más…”

El orden angélico del mundo de las causas naturales o mundo de la Voluntad consciente, es el de los Malachim o Reyes de la Naturaleza, que ciertamente constituyen, por sí mismos, los legítimos principios espirituales de los elementos.

Esos Dioses, inefables y terriblemente divinos, son Hombres perfectos en el sentido más completo de la palabra. Tales Seres están mucho más allá del bien y del mal.

El asceta iluminado se llena de asombro y místico terror cuando experimenta, en todas las partes de su Ser, la presencia del Dios murciélago, poderoso Señor de los misterios de la Vida y de la Muerte.

No está demás recordar que aún se conservan cantos a Huitzilopochtli, a la Madre de los Dioses, al Dios del fuego, a Xochipilli, el Dios de la música, de la danza y del canto, a Xochiquetzal, a Xipetotec, el bendito Señor de la primavera, etc., etc., etc.

En instantes en que escribo estas líneas surgen en mi mente algunas reminiscencias insólitas.

Ha muchos años, cierto huésped no grato moraba en mi casa; parecía no tener afán de partir.  Consulté el caso a Ehecatl, el Dios del viento, y es obvio que el sujeto apresuradamente abandonó mi casa. Afortunadamente tuve en mi poder la suma que Ehecatl me exigió por el servicio; nada se nos da regalado, todo cuesta.

A estos Dioses elementales se les paga con valores cósmicos. Quien tiene con que pagar sale bien en los negocios.

Nuestras buenas obras están representadas con moneda cósmica. Hacer siempre el bien es un buen negocio. Así acumularemos capital cósmico mediante el cual es posible hacer negociaciones de esta clase.

El iniciado aborda a los seres elementales en nombre de cualquiera de los Reyes que los gobiernan.  De alguna manera desciende a los reinos elementales trayendo consigo su virilidad, y obra entonces sobre los elementos.

Las operaciones elementales deben iniciarse en el mundo de las causas naturales; desde esa región deben ser controladas… Faltando ese control, la magia negra surge de inmediato.

Cuando las fuerzas elementales se divorcian de sus principios espirituales y se convierten en algo diferente, aunque no se pretenda hacer ningún mal, se produce inevitablemente una caída acompañada por la degeneración.

Cuando reconquistamos la inocencia en la mente y en el corazón, los Príncipes del fuego, del aire, de las aguas y de la tierra, abren ante nosotros las puertas de los paraísos elementales. Es necesario, por tanto, que cuando queramos servirnos de las fuerzas elementales pidamos el auxilio a los Reyes correspondientes

En el mundo causal o mundo de la Voluntad consciente es, esencialmente la región del misticismo religioso,

El gnóstico que aprende a combinar la meditación con la oración, incuestionablemente puede establecer contacto, objetivo y consciente, con los Dioses de la naturaleza.

El mundo causal es la esfera de los Maestros, es el Templo eterno en los cielos que mano alguna ha construido, es la gran Morada de la Fraternidad Oculta.

¿Estáis enfermo? ¿Queréis sanar a alguien? Escoged entonces como motivo de concentración, meditación, oración, súplica, etc., al famoso Dios murciélago de aztecas y mayas. Indubitablemente este gran Ser es un Maestro de los misterios de la Vida y de la Muerte.

Cuando el fuego chisporrotea abrasadoramente amenazando vidas, casas, haciendas, que sea entonces Huehueteotl, el Dios viejo del fuego, el objeto básico de vuestra concentración meditación y súplicas.

Bien saben los kabalistas hebráicos rabínicos que el mantram del mundo causal ha sido, es y será siempre: Aloah Va Daath.

Meditar en tal palabra equivale a golpear en las puertas maravillosas del gran Templo. Vamos a transcribir ahora un fragmento místico una oración a Xipetotec, el Dios elemental de la primavera que lo es también de los mercaderes:

ORACIÓN

“Tú, bebedor nocturno, ¿por qué te haces de rogar?

 Ponte tu disfraz,  ponte tu ropaje de oro” 

“Oh, mi Dios, tu agua de piedras preciosas ha descendido;  se ha transformado en quetzal el alto ciprés;  la serpiente de fuego se ha transformado en serpiente de quetzal.”  “Me ha dejado libre la serpiente de fuego.  Quizá desaparezca,  quizá desaparezca y me destruya yo,  la tierna planta de maíz.  Semejante a un piedra preciosa,  verde en mi corazón;  pero todavía veré el oro y me regocijaré si ha madurado,  si ha nacido el caudillo de la guerra.”  “Oh, Dios mío, haz que por lo menos  fructifiquen en abundancia  algunas plantas de maíz; tu devoto dirige las miradas hacia tu montaña,  hacia ti; me regocijaré si algo madura primero,  si puedo decir que ha nacido  el caudillo de la guerra.” 

Y cuando ya se logra el milagro de la fructificación, el devoto agradecido clama al bendito Señor Xipetotec, diciendo:

“Ha nacido el Dios del maíz en Tamoanchan. 

En el lugar en que hay flores, el Dios “1 Flor”, el Dios del maíz ha nacido  en el lugar en que hay agua y humedad, donde los hijos de los hombres son hechos, en el precioso Michoacán.”

Estas oraciones inefables son mas bien de origen tolteca, y están muy bien escritas en lenguaje esotérico nahuatl-tlatolli.

Cuenta la leyenda de los siglos que Tritemo, el mago abad, aquel sabio que en 1483 gobernara al famoso monasterio de Sponheim, conocía a fondo la esotérica ciencia de los elementos.

Se dice que evocó al espectro de María de Borgoña ante el emperador Maximiliano, que se lo había suplicado, y es claro que la augusta sombra aconsejó al emperador un nuevo modo de conducirse y le reveló ciertos hechos ordenándole que se casara con Blanca Sforza.

Todos los eruditos de la Edad Media se apasionaban incesantemente por la magia y muchos trabajaron con los elementales de la naturaleza.

Algunos magistas, con gran fervor religioso, clamaban llamando a Cupido para que en el espejo magnetizado hiciese aparecer ante los devotos asombrados a la figura del ser amado.

¡Válgame Dios y Santa María! ¡Cuántas maravillas hacía Cupido mediante los elementales! El abad Tritemo se consideraba discípulo de Alberto Magno; jamás negó que el más santo de los santos practicara la magia.

Alberto el Magno, como Santo Tomás, afirmó la realidad de la Alquimia. Su tratado sobre tal materia estaba siempre sobre la mesa del abad.

Tritemo contaba que cuando Guillermo II, conde de Holanda, cenó con el ínclito y preclaro sabio Alberto el Magno en Colonia, éste hizo poner una mesa en el jardín del monasterio aunque era pleno invierno y nevaba.

Tan pronto los del convite hubieron tomado asiento, como por encanto desapareció la nieve y el jardín se cubrió de variadas flores. Las aves de distintos colores volaban deliciosamente entre los árboles, como en los mejores días de verano.

Los monjes alumnos del misterioso abad anhelaban poder realizar semejantes prodigios y Tritemo se apresuraba a decir que el Maestro conseguía estas maravillas mediante la magia elemental, y que en ello no había nada demoníaco ni, en consecuencia, perverso, condenable, execrable.

Es ostensible que Fausto, Paracelso y Agripa, los tres magos más distinguidos de la Edad Media, fueron discípulos del abad Tritemo.

“-Recítenme los cuatro elementos de la naturaleza”, ordenaba el abad a sus monjes en plena clase. 

“-La tierra, el agua, el aire y el fuego.” 

“-Si, continuaba el Maestro, la tierra y el agua, los más pesados se ven atraídos hacia abajo, el aire y el fuego, más ligeros, hacia lo alto. Platón tenía razón al fundir el fuego en el aire, que se convierte en lluvia, que se convierte en rocío, luego en agua que se convierte en tierra al solidificarse…” 

El místico que anhele de verdad convertirse en un Malachim, en un Rey angélico de la Naturaleza, debe convertirse en rey de sí mismo.

¿Cómo podríamos mandar a los elementales de la naturaleza si no hemos aprendido a gobernar a los elementales atómicos de nuestro propio organismo?

Las salamandras atómicas de la sangre y del sexo arden espantosamente con nuestras pasiones animales.

Los silfos atómicos de nuestros propios aires vitales, al servicio de la imaginación mecánica (no se confunda esto con la imaginación objetiva consciente), juegan con nuestros pensamientos lascivos y perversos.

Las ondinas atómicas del sagrado esperma originan siempre espantosas tempestades sexuales.  Los gnomos atómicos de la carne y de los huesos gozan indolentes con la pereza, glotonería, concupiscencia.

Se hace urgente saber exorcizar, mandar y someter a los elementales atómicos de nuestro propio cuerpo.

Mediante los exorcismos del fuego, los aires, las aguas y la tierra, podemos también someter a los elementales atómicos de nuestro propio cuerpo.

Incuestionablemente tales oraciones y exorcismos deben ser muy bien aprendidos de memoria.

 

EXORCISMO DEL FUEGO

Se exorciza al fuego echando en él sal, incienso, resina blanca, alcanfor y azufre, pronunciando tres veces los tres nombres de los genios del fuego: Michael, rey del sol y del rayo; Samael, rey de los volcanes; Anael, príncipe de la luz astral, escuchad mis ruegos. Amén. (A continuación el devoto formulará mentalmente su petición.)

 

EXORCISMO DEL AIRE

Se exorciza al aire soplando hacia los cuatro puntos cardinales y diciendo con fe lo siguiente:

Spiritus Dei ferebatur super aquas, et inspiraví in faciem hominis spiraculum vitae. Sit Michael dux meus, et Sabtabiel servus meus, in luce et per lucem. Fiat verbum halitus meus, et imperabo spiritibus, aeris hujus, et refrenabo equos solis volontate cordis mei, et cogitatione mentis meae et nutu oculi dextri. Exorchiso igitur te, creatura aeris, per pentagrammaton, et in nomine tetragrammaton, in quibus sunt voluntas firma et fides recta. Amén. Sela, fiat. Que así sea.

(A continuación, el devoto, concentrado en Michael y en Sabtabiel, formulará su petición.)

 

EXORCISMO DEL AGUA

Fiat firmamentum in medio aquarum et separet aquas ab aquis, quae superius sicut quae inferius, et quae inferius sicut quae superius ad perpetranda miracula rei unius. Sol ejus pater est, luna mater et ventus hanc gestavit in utero suo, ascendit a terra at coelum et rursus a coelo in terram descenit. Exorciso te, creatura aquae, ut sis mihi speculum Dei vivi in operibus ejus, et fons vitae, et ablutio pecatorum. Amén. (A continuación el devoto, concentrado en Tlaloc o en Nicksa, hace su petición mental.

 

EXORCISMO DE LA TIERRA

Por el clavo de imán que atraviesa al corazón del mundo, por las doce piedras de la ciudad santa, por los siete metales que corren dentro de las venas de la Tierra, y en nombre de Gob, obedecedme obreros subterráneos. (Luego, el devoto concentrado en Gob, formulará su petición).

Los magos antiguos usaban en sus operaciones de magia elemental sahumerios con ramas de laurel, artemisa (altamisa), ruda, salvia, pino, romero, etc. Tales vegetales ardían entre carbones encendidos. Esta observancia es magnífica. El aire se carga con el humo de las plantas, el fuego exorcisado reflejará la voluntad del operador y las fuerzas sutiles de la naturaleza le escucharán y responderán.  En tales instantes el agua parece estremecerse y hervir, el fuego arroja un extraño resplandor y se sienten en el aire desconocidas voces; la misma tierra parece temblar.

Era en tales momentos cuando los magos de la Edad Media lograban que el genio elemental Cupido, además de hacerse visible en el espejo magnetizado, mostraba también en el mismo no sólo a la figura de la persona amada sino, lo que es más interesante, los sucesos que el destino reserva siempre a los seres que se adoran. Los Dioses del fuego, Agni, Huehueteotl, etc., los Elohim del aire, Paralda, Ehecatl, etc., las divinidades del agua, Nicksa, Tlaloc, etc., Gob y otras deidades subterráneas, asisten siempre al místico que con sabiduría, amor y poder, les invoca.

Se nos ha dicho que todo mago que trabaje con los elementales de la naturaleza puede hacerse invisible a voluntad.

Incuestionablemente, tal poder sólo es posible adquirirlo, como cualquier otra facultad, a base de supremos sacrificios.

Es ostensible que el sacrificio significa claramente la elección deliberada clarividente de un bien superior con preferencia a uno inferior.

El carbón, que la locomotora consume, es cruelmente sacrificado al poder del movimiento tan indispensable para transportar pasajeros.

En realidad, el sacrificio es una transmutación de fuerzas. La energía, latente en el carbón ofrecido en el altar de la locomotora, es transformada en la energía dinámica del vapor mediante los instrumentos empleados.

Existe un mecanismo psicológico y cósmico a la vez que cada acto de sacrificio pone en juego y por el cual éste se transforma en energía espiritual, la que a su vez, puede ser aplicada a otros diversos mecanismos y reaparecer sobre los planos de la forma en un tipo de fuerza integrante absolutamente distinta de lo que realmente fue en su origen. Por ejemplo, un hombre puede sacrificar sus emociones a su carrera, o una mujer su carrera a sus emociones.

Algunas personas están dispuestas a sacrificar sus placeres terrenales por las dichas del espíritu.  Sin embargo, es muy difícil que haya alguien dispuesto a renunciar a sus propios sufrimientos, a sacrificarlos por algo superior.

Sacrificad el supremo dolor muy natural que resulta del fallecimiento de un ser querido y tendréis una espantosa transmutación de fuerzas, cuya secuencia será el poder para haceros invisibles a voluntad.

El Doctor Fausto sabía hacerse invisible a voluntad; es claro que el citado mago había conseguido ese poder a base de sacrificio.

Los sabios medievales tenían un fórmula encantatoria maravillosa mediante la cual se hacían invisibles.

Basta, según los ritos e invocaciones en uso, con saber usar mágicamente la siguiente fórmula litúrgica:

Athal, Bathel, Nothe Jhoram, Asey, Cleyubgit, Gabellin, Semeney, Mencheno, Bal, Labenentem, Nero, Meclap, Halateroy, Palcim, Tingimiel, Plegas, Peneme, Fruora, Heam, Ha, Ararna, Avora, Ayla, Seye, Peremies, Seney, Levesso, Hay, Barachalu, Acuth, Tural, Buchard, Caratim, per misercordiam, abibit ergo mortale, perficiat qua hog opus, ut invisibiliter, ire possim.

Esta clase de fórmulas mágicas tienen como base a la fe real e inquebrantable.

A tal fe hay que fabricarla mediante el estudio analítico de fondo y experiencia mística directa.

 

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