Antes de la segunda catástrofe transalpalniana que alteró fundamentalmente el aspecto de la corteza terrestre, existió un viejo continente que hoy yace sumergido entre las procelosas aguas del Atlántico.
Quiero referirme en forma enfática a la “ATLÁNTIDA”, sobre la cual es ostensible que existen por doquier innumerables tradiciones.
Ved, si no, nombres extranjeros Atlantes o de lenguas bárbaras, como solían decir aquellos cretinos Griegos que quisieron sacrificar a ANAXÁGORAS cuando se atrevió a sospechar que el sol era un poco más grande que la mitad del Peloponesio.
Nombres, digo, traducidos al Egipcio por los sacerdotes Saíficos y vueltos a su significación primera por el Divino Platón para verterlos después maravillosamente al lenguaje de Ática.
Ved el hilo diamantino de la tradición milenaria desde aquellos a Solón, continuándose luego con los dos Critias y el Maestro Platón…
Ved, os digo, extraordinarias descripciones de botánica, geografía, zoología, mineralogía, política, religión, costumbres, etc., de los atlantes.
Ved también con ojos de águila rebelde, veladas alusiones a los primeros Reyes Divinos de aquel viejo país antediluviano a los que tantas referencias tienen asimismo el Paganismo mediterráneo y los textos sagrados del mundo oriental.
Reyes sublimes de los que estotros apuntes asombrosos de Diodoro Siculo que aún nos quedan por estudiar, dan detallada cuenta.
Ved, en fin, y esto es lo más interesante, el mismo sacrificio de la Vaca Sagrada, característico de los brahmanes, los hebreos, los mahometanos, los gentiles europeos y millares de otros pueblos…
Es incuestionable que nuestro celebérrimo e indestructible circo taurino, en el fondo no es sino una supervivencia ancestral antiquísima de aquella fiesta de sacrificio Atlante cuya descripción se encuentra todavía en muchos libros secretos.
Son en realidad muchas las leyendas existentes en el mundo, sobre aquellos toros sueltos en el templo de Neptuno, animales a los que no se les rendían brutalmente como hoy, con picas y espadas, sino con lazos y otras artes de clásica tauromaquia.
Vencida ya en el ruedo sacro la simbólica bestia, era inmolada en honor de los Dioses Santos de la Atlántida, quienes cual el propio Neptuno habían involucionado desde el estado Solar primitivo, hasta convertirse en gentes de tipo Lunar.
El clásico arte taurómaco, es ciertamente algo Iniciático y relacionado con el culto misterioso de la Vaca Sagrada.
Ved; el ruedo atlante del templo de Neptuno y el actual, ciertamente no son, sino un zodíaco viviente, en el que constelado se sienta el honorable público.
El Iniciador o Hierofante es el Maestro, los banderilleros de a pie, son los compañeros. Los picadores a su vez, los aprendices.
Por ello estos últimos van sobre el caballo, es decir, con todo el lastre encima de su no domado cuerpo, que suele caer muerto en la brega.
Los compañeros al poner las banderillas o bastos ya empiezan a sentirse superiores a la fiera, al Ego animal; es decir, que son ya a manera del Arjuna del Bhagavad Gita, los perseguidores del enemigo secreto, mientras el Maestro con la capa de su jerarquía o sea con el dominio de Maya y empuñando con su diestra la espada flamígera de la voluntad, resulta a la manera del Dios Krishna de aquel viejo poema, no el perseguidor, sino el matador del Yo, de la bestia, horripilante monstruo bramador que también viese en el KAMELOC o KAMA-LOKA el propio Rey Arthus, jefe supremo de los insignes caballeros de la mesa redonda.
Es pues, la resplandeciente tauromaquia Atlante, un arte regio profundamente significativo, por cuanto nos enseña a través de su brillante simbolismo, la dura brega que debe conducirnos hasta la disolución del Yo.
Cualquier vistazo retrospectivo relacionado con el esoterismo taurino, es indubitable que puede conducirnos a místicos descubrimientos de orden trascendental.
Como hecho de actualidad inmediata no está de más citar el profundo amor que siente el torero por su virgen; es ostensible que a ella se entrega totalmente antes de aparecer con su traje de luces en el ruedo.
Esto viene a recordarnos los Misterios Isíacos; el sacrificio terrible de la vaca sagrada y los cultos arcaicos de IO, cuyos orígenes devienen solemnes desde el amanecer de la vida en nuestro planeta tierra.
Resulta patético, claro y definido, que sólo IO, Devi Kundalini, la Vaca Sagrada, la Madre Divina, posee en verdad ese poder mágico serpentino que nos permite reducir a polvareda cósmica el Ego animal, el toro terrible, la bestia bramadora del ruedo de la existencia.
Parsifal el torero del astral, después de la dura brega en el ruedo maravilloso de la vida, se convirtió de hecho y por derecho propio, en ese casto inocente de la dramática Wagneriana, anunciado por la voz del silencio entre los exquisitos esplendores del Santo Grial.