EL BAUTISMO DE JESÚS

El Buddha Jesús estaba lleno de majestad, lo único que le faltaba era la coronación. Jesús se encaminó al Jordán, allí moraba Juan, tenía su templo y en el oficiaba: Juan es un gran maestro de la Logia Blanca. En la puerta del templo, Juan puso una inscripción que decía: “se prohíben las danzas profanas”. Juan era un hombre de mediana estatura, venerable anciano de barba blanca; cuando oficiaba se revestía dentro del templo con su regia túnica sacerdotal.

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Fuera del templo vestía sencillamente envolviendo su cuerpo en una piel de camello, y así semidesnudo, este venerable anciano estaba lleno de majestad y todos lo respetaban. Su cuerpo lleno de músculos fuertes y amplia frente reflejaba la majestad de su resplandeciente Ser. Juan tenía que vivir hasta la llegada del Mesías. Juan tenía que ser el gran iniciador del Buddha Jesús, así estaba escrito en los libros del destino. Jesús entró al templo y Juan le ordenó quitarse las vestiduras; Juan estaba revestido con su túnica sacerdotal; Jesús desnudo solo cubrió sus órganos sexuales con un paño blanco, luego salió del vestíbulo y entró en el santuario. Juan ungió con aceite puro al Señor y echó agua sobre su cabeza. En esos instantes tres estrellas resplandecieron internamente en el cielo del Espíritu: la tercera estrella era roja como fuego vivo; entonces descendió del cielo el Espíritu de sabiduría.

Ese fue el instante supremo; el Espíritu de Sabiduría entró en Jesús por la glándula pineal. El Padre no entró en esos instantes dentro del cuerpo de Jesús, solamente asistió en su regio carro de fuego, visible solo para los ojos del Espíritu; así fue la coronación del Buddha Jesús. El Apocalipsis dice:

“Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la Corona de la vida”

Jesús fue fiel y así recibió la Corona de la Vida, que es el hálito eterno para sí mismo ignoto, un hábito del absoluto en nosotros, aquel rayo puro de cada hombre de donde emanó el Intimo mismo; el hilo Atmico de los indostaníes; nuestro Yo Soy.

“Al que sabe, la palabra da poder, nadie la pronunció, nadie la pronunciará, sino aquel que lo tiene encarnado”.

Él lo encarnó en el bautismo.

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios y el Verbo era con Dios”; “Este era en el principio con Dios”; “Todas las cosas por él fueron hechas; y sin Él nada de lo que es hecho fue hecho”; “Y la Luz en las tinieblas resplandece más las tinieblas no la conocieron”.

Los orientales llaman al Cristo Cósmico el Christos; los egipcios lo llamaban Osiris; los Indos Vishnú; los tibetanos Kuan Yin La Voz Melodiosa; el ejército de la Voz; el gran aliento, el Sol central; el Logos solar; el Verbo de Dios.

Después del bautismo Gnóstico resplandeció el Cristo en Jesús lleno de gloria, con Luz blanca inmaculada, divina, radiante como el sol.

Así fue como Jesús encarnó a su resplandeciente y luminoso Yo Soy. Desde ese instante el Buddha-Jesús se llamó Jesu-Cristo.

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad”. “Aquel era la Luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo”.

En él no existen diferencias jerárquicas, en Él todos somos Uno. Juan dio testimonio de Él, y clamó diciendo: “Este es del que yo decía: el que viene tras de mí, es antes de mí; porque es primero que yo”.

“Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia por gracia”.

Todo aquel que encarne a su Cristo interno será también ÉL.

En el pasado varios lo encarnaron, en el futuro muchos lo encarnarán. Nadie puede recibir la Corona de la Vida sin haber levantado sus 7 serpientes sobre la vara. Todo aquel que dice: Yo recibí la Corona de la Vida, miente; el que la recibe no lo dice, solo se conoce por sus obras; la Corona de la Vida es un secreto terrible.

Tenemos que convertimos en moradas del Señor “y como Moisés levantó la serpiente sobre la vara en el desierto, así es necesario que el hijo del hombre sea levantado”. Tenemos que encarnar a Cristo en nosotros para subir al Padre. Cristo no es un individuo, es el ejército de la voz. El Verbo de Dios. Nadie llega al Padre sino por el Hijo; en el Cristo todos somos UNO. En el Señor no existen diferencias entre hombre y hombre, porque en Él todos somos UNO. En El no existe la individualidad; el que lo encarne es entonces ÉL. ÉL. ÉL. “La variedad es unidad”.

Tenemos que acabar con la personalidad y con el yo para que nazca el Ser en nosotros; Tenemos que acabar con la individualidad.

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Si un místico en éxtasis abandona todos sus 7 cuerpos para investigar la vida del Cristo, entonces se verá a sí mismo representado en el drama de la pasión del Señor, haciendo milagros y maravillas, se verá muerto y resucitado al tercer día, ocupará ese místico el puesto de Cristo y en esos instantes será ÉL. ÉL. ÉL. Porque en el mundo del Cristo no existen individuos; en el Cristo solo existe un solo Ser, que se expresa como muchos. Al terminar con el yo y con la individualidad, solo quedan los valores de la conciencia, que son los atributos del eterno espacio abstracto absoluto. Solo El puede decir:

“Yo Soy el camino, la verdad y la vida”.

Yo Soy la luz. Yo Soy la vida. Yo Soy el buen pastor. Yo Soy la puerta. Yo Soy el pan. Yo Soy la resurrección. El Ser recibe al Ser de su Ser, el Yo Soy, aquel hálito del gran Aliento en cada uno de nosotros, nuestro rayo particular. ÉL. ÉL. ÉL. El Yo Soy es el Cristo interno de todo hombre, nuestro divino “AUGOIDES”, el Logos. El que recibe la Corona de la Vida tiene derecho a decir, Yo Soy ÉL, Yo Soy ÉL, Yo Soy ÉL.

A los teósofos les decimos que ÉL no es la Mónada, pero que de ÉL sale la Mónada; ÉL es nuestro rayo particular, ese rayo es una tríada perfecta, solo Él nos liberta de la ley del karma. ÉL es el rayo Logoico de cada hombre. El fin de la Ley es Cristo.

La ley del karma es tan solo la madrastra, el curandero que nos sana, eso es todo. En Cristo somos libres; Cristo es El Logos, El Verbo; Él nos hace reyes y sacerdotes libres y poderosos. El que recibe la Corona de la Vida se liberta de la ley del karma.

ÉL es el ejército de la voz, nuestro resplandeciente Dragón de sabiduría. Él es la Corona de la Vida, la FE, el Verbo, la Corona de la Justicia, el Cristo. En la ley somos esclavos, en el Cristo todos somos libres porque el fin de la ley del karma es el Cristo.

“Se fiel hasta la muerte y yo te daré la Corona de la Vida”.

Los atributos del eterno Yo Soy es el Ejército de la Voz. Abandonad todas vuestras idolatrías, religiones, escuelas, sectas, órdenes y logias, buscad vuestro resplandeciente y luminoso Yo Soy que mora en lo hondo de vuestro Ser. Él es vuestro único Salvador.

Cristo es el Ejército de la Voz, que es el Ser único; el Ser de todos los Seres; la suma total de todos los atributos del eterno espacio abstracto absoluto; el Cristo cósmico total, impersonal, universal, infinito… Cristo es una unidad múltiple. La Luz vino a las tinieblas pero las tinieblas no lo conocieron.

Cristo es el Logos Solar. El Ejército de la Voz es una unidad múltiple, eterna, incondicionada y perfecta; Él es el Logos creador; Él es el Verbo del primer instante; Él es el gran aliento emanado de entre las entrañas del eterno espacio abstracto absoluto, es el ejército de la palabra. El eterno espacio abstracto absoluto es el Ser del Ser de todos los Seres, el Absoluto, el Innombrable, el ilimitado espacio. Todo el que encarne a su Cristo se Cristifica e ingresa a las filas del Ejército de la Voz. En Egipto el cristo lo llamaban Osiris y el que lo encarnaba era un Osirificado; Entre los Aztecas el Yo Soy es Quetzalcoatl.

Samael Aun Weor

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