La radioastronomía, ciencia atlante que se pierde en la noche profunda de los siglos, resurgió en nuestro tiempo de un modo aparentemente casual gracias a los incesantes esfuerzos realizados por Karl G. Jansky, de los Bell Telephone Laboratories, para detectar científicamente la estática de alta frecuencia que interfería en forma demasiado molesta las vitales comunicaciones transoceánicas de su compañía.
Jansky empezó sus observaciones en agosto de 1931 con una longitud de onda de 14,6 metros (20.600 kilociclos) y muy pronto logró detectar las fuentes de dos tipos de estática. La primera, fue atribuida, es claro, a los relámpagos que se producen en forma terrible durante cualquier tormenta. La segunda, las señaló el citado sabio en tormentas muy lejanas cuyas radioemisiones eran desviadas probablemente hacia la tierra, por las regiones ionizadas de las capas altas de la atmósfera.
Empero algo inusitado aparece, algo insólito sucede; logró detectar lo que no buscaba, un silbido de altavoz cuya extraña intensidad variaba lentamente durante el día. Jansky informó muy sinceramente al Procceding of the Instituto of Radio Engineers que la dirección de este silbido extraño y misterioso se paseaba por todos los puntos cardinales de la rosa de los vientos cada veinticuatro horas.
“En el pasado mes de Diciembre y en Enero —dijo— su dirección coincidía generalmente con la del sol, no pudiendo detectarse con precisión su fuente”. Luego informó que su dirección se iba desviando y que en marzo precedía en tiempo a la dirección del sol aproximadamente una hora.
Es evidente que Jansky supuso muchas cosas, hizo muchas conjeturas en relación con tan extraño silbido, no era para menos, el asunto era demasiado raro pero al fin sacó sus propias conclusiones.
“Las radioemisiones —dijo— parecían proceder de una fuente única o de un gran número de fuentes diseminadas por todo el firmamento”, más allá del sistema solar. Se ha podido evidenciar con entera exactitud que el centro cósmico especial de donde provienen tales radioemisiones se encuentra en el centro de nuestra galaxia, en la misma constelación de Sagitario.
Esto no significa en modo alguno que de todos los otros rincones de la Vía Láctea no lleguen ondas a la tierra. Es obvio que nuestra galaxia es una fuente viviente de ruidos de radio con varias zonas de gran intensidad de emisión. El LOGOS suena y nuestra vía Láctea no está muda; se sostiene por el verbo, por el sonido, por el FIAT luminoso y espermático del primer instante.
“En el principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios”.
El sonido, el Verbo, la palabra creadora se propaga por todas partes, llega a todos los lugares.
La segunda guerra mundial, espantosa en gran manera, es obvio que impidió todo nuevo progreso en radioastronomía.
En febrero de 1942 los operadores británicos de radar denunciaron una nueva forma de obstrucción adoptada por los alemanes, pero al ser puesta la nueva interferencia en conocimiento de J. S. Hey del Army Operational Research Group, se pudo verificar que el sonido perturbador tenía su origen en una mancha del sol.
Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que las radio-ondas son una ampliación de las ondas luminosas a ondas de mayor longitud; el descubrimiento maravilloso de que algunas partes del cielo brillan en la franja de radio-espectro, significa de hecho que en el firmamento ha surgido de pronto algo completamente nuevo.
Se ha podido comprobar en forma íntegra que las nubes de los átomos de hidrógeno individuales, contrariamente a lo que sucede con los pares de átomos del gas de hidrógeno, emiten realmente radio-ondas de una longitud de 21 centímetros. Van de Hulst, eminente hombre de ciencia, sugirió muy sabiamente que las nubes de hidrógeno dispersas por todo el universo, deben estar esparciendo en todas direcciones radio-ondas de 21 centímetros.
El átomo de hidrógeno consta en verdad de un electrón y un protón, ambos describiendo órbitas auténticas, reales, magníficas y por lo tanto actuando armoniosamente como finas varillas magnéticas. Así como en imanes contiguos, los polos del mismo nombre se repelen mutuamente, la alineación más perfecta de estas partículas sucede cuando sus polos magnéticos se encuentran en direcciones opuestas.
Por esto adquiere el átomo determinada fuerza que le permite liberar el electrón, de modo que su polo positivo queda alineado con el polo positivo del protón. Una vez ocurrida esta liberación, el átomo conserva una ligera reserva de energía. Finalmente viene lo mejor; el electrón es liberado, emitiendo muy inteligentemente esta energía en forma de radio-onda. Esta en sí misma oscila siempre con una frecuencia de 1.420.405.752 veces por segundo (1.420 megaciclos), lo que ciertamente corresponde a una longitud de onda de 21 cms.
El descubrimiento de las emisiones de 21 centímetros es evidente que dio un formidable impulso a la radioastronomía. Desde entonces es ostensible, palpable y claro que se han podido registrar científicamente erupciones en el sol; determinar la temperatura de la superficie lunar y de los planetas más próximos; descubrir la existencia de partículas atómicas atrapadas y girando furiosamente en lejanos campos magnéticos como sucede en las turbulentas nubes gaseosas de la nebulosa de CÁNCER, etc.
La primera gran antena del National Radio Astronomy Observatory en Virginia Occidental fue proyectada para longitudes de onda de 21 cms.
Dos físicos propusieron buscar señales inteligentes procedentes de otros mundos.
Es evidente que otras humanidades planetarias nos están enviando en estos momentos críticos de nuestra existencia, trenes de ondas correspondientes a los números primos, deseando con vehemencia nuestra respuesta. La presencia de señales interestelares es del todo real y si no las captamos es porque los medios para realizarlo no están todavía a nuestro alcance. Muchos intelectuales negarán la profunda importancia, práctica y filosófica, que tendría el registro de comunicaciones interestelares.
Nosotros los gnósticos creemos que una búsqueda particular de señales merece en verdad una serie de súper-esfuerzos considerables.
Las posibilidades de éxito son difíciles de estimar, pero sino investigamos, si no lo intentamos, estas posibilidades quedarán reducidas a cero.
Existen ciertamente unas cien estrellas de tamaño muy apropiado dentro de una distancia de 50 años luz.
Es obvio que de entre las siete estrellas que se encuentran a 15 años luz, tres de ellas (Alfa del Centauro, Serpentario 70 y Cygni 61) son plenamente visibles desde la tierra por el fondo maravilloso de la VÍA LÁCTEA; Esto nos invita a pensar que las emisiones de 21 cms. que provengan de más allá de ellas serán 40 veces más intensas que las de otras regiones del infinito espacio estrellado.
Por lo tanto, las señales que provengan de cerca de dichas estrellas, a la longitud de onda indicada, solo podrán recibirse si son exactamente intensas.
Para enviar mensajes a mundos alejados unos 10 años luz, se necesitaría una antena como la proyectada por la Nacy for Sugar Groce en Virginia Occidental, siempre y cuando la antena receptora fuera de las mismas dimensiones que la transmisora y se utilizaran transmisores no más potentes que los que actualmente se usan en la tierra.
Debemos comprender que desde hace mucho tiempo otras humanidades planetarias han establecido canales de comunicación que algún día debemos conocer y que continúan esperando pacientemente la respuesta de nuestro mundo terráqueo, lo que les anunciarla que una nueva sociedad ha entrado a formar parte de la fraternidad inteligente.
Samael Aun Weor