Vergeles favoritos de la lumbre solar que cuaja deleitosos frutos, rivales de la miel en dulcedumbre… Quien del vate posee los atributos, como Orfeo a los sones de la lira amansa la fiereza de los brutos…
El verbo aclara todo… se disuelven las tinieblas… se hace la luz…
“He aquí que avanzo hacia la morada del rey de los dioses (El PADRE que está en secreto)”. (Un espíritu alado me conduce). ¡Salve, Oh tú que planeas por las extensiones del cielo, y que iluminas al hijo de la corona blanca!” (El Hijo del hombre).
“¡Ojalá mi corona blanca (que resplandece en la cabeza de los santos), pueda estar bajo tu protección”. “¡Ojalá pueda vivir a tu lado! (Padre mío)… He aquí que he recogido y reunido todos los miembros dispersos del gran DIOS. Ahora tras haber creado enteramente un camino celeste, avanzo por este camino”. («Libro de La Morada Oculta», Capítulo LXXVI).
¡Ah!… si las gentes entendieran lo que es recoger y reunir los miembros dispersos, las distintas fracciones de nuestro ser interior embotelladas desgraciadamente entre tantos elementos subconscientes… ¡Ah!… ¡sí dejarían de existir radicalmente para en definitiva ser íntegros, unitotales, completos!…
Si de verdad se resolvieran a morir de momento en momento… Entonces… ¡Sí! Dejarían de existir radicalmente para ser definitivamente. En el país asoleado de KEM, durante la dinastía de Kefren yo comprendí la necesidad de volver al camino recto, de dar forma a mi propia senda celestial.
“Angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la luz y muy pocos son los que lo hallan. Entre miles de hombres, tal vez uno intenta llegar a la perfección; entre los que intentan, posiblemente uno logra la perfección, y entre los perfectos, quizás uno me conoce perfectamente”.
(Versículo 3 Capítulo VII «Bhagavad Gita»).
“De mil que me buscan, uno me encuentra; de mil que me encuentran, uno me sigue; de mil que me siguen, uno es mío”.
Bien saben los dioses y los pocos hombres que en el mundo han sido, que las muchedumbres se mueven siempre dentro del celo de la terrible necesidad. (Véase el capítulo 22 de este mensaje).
Al recapitular los misterios en la tierra sagrada del caudaloso Nilo, pude rememorar espantosas dificultades. La senda del filo de la navaja está llena de peligros, por dentro y por fuera. La senda de la revolución de la conciencia se aparta de los caminos de la evolución y de la involución.
Jesús el gran Kabir dijo:
“Quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
Estos son los tres factores de la Revolución íntima. El dogma de la EVOLUCIÓN es reaccionario; hablemos de insurrección mística. Yo, un viejo lama tibetano, ingresé a los misterios egipcios después de haber sufrido mucho.
¡Ah cuánto dolor me causó la muerte de mi hermano! Eso fue para mí algo decisivo… ¡Pobre barquilla mía, entre peñascos rota, sin velas y sin rumbo y entre las olas sola!
Afortunadamente fui auxiliado y estudié mucho. Ingresé al Colegio Sacerdotal como cualquier neófito y después de sucesivas exaltaciones fui un hierofante. ¿Que fui médico y sacerdote a la vez? ¡Eso es algo que jamás podré negar!
Diariamente viajaba en mi camello llevando muchos remedios para mis enfermos; noble misión del galeno… Imposible olvidar mi morada en aquella sagrada tierra de Hermes. Vieja casa solariega rodeada de muros vetustos…
LITELANTES como siempre, era mi ESPOSA-SACERDOTISA, ella no ignora eso, todavía lo recuerda. A mí me cabe el alto honor de haber sido el educador del faraón Kefren. Yo fui el preceptor de ese muchacho y no me pesa, porque más tarde llegó a ser un gran soberano.
Recuerdo cosas terribles… Aquellos que violaban el voto del silencio y divulgaban el GRAN ARCANO, eran condenados a pena de muerte; se les cortaba la cabeza, se les arrancaba el corazón, y sus cenizas arrojadas a los cuatro vientos. La ejecución se realizaba en un empedrado patio rodeado de muros terribles en los cuales se veían pieles de cocodrilo y misteriosos jeroglíficos.
En el SAHAJA MAITHUNA, en la SEXO-YOGA, con su LINGAM-YONI y PUDENDA, se esconde el indecible secreto… La levantina luz egipcia, varia en matices de inefable vigor que desarrolla dentro de cada alma infinitos poderes. “Luz ansiosa del caudal del río sagrado, que apresura la fronda de la acacia, símbolo sacrosanto de maestros Resurrectos. Luz cara a los frescos arrozales, que perfuma la flor del limonero, tan fértil en canciones estivales como en dulces crepúsculos de enero.
En la noche profunda de todas las edades, aún resuenan las palabras del sacerdote de Sais:
¡Solón, Solón!. ¡Ay hijo mío! Día llegará en que los hombres se reirán de nuestros sagrados jeroglíficos y dirán que nosotros los antiguos adorábamos ídolos.