EL HIJO DEL HOMBRE

Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guarda las cosas en ella escritas: porque el tiempo está cerca”

(Apocalipsis 1:3).

Hijo del Hombre: Revélanos lo oculto. Cada sinfonía deliciosa del cosmos inefable, cada nota, cada melodía escondida tiernamente entre el encanto purísimo de las fragantes rosas exquisitas de los jardines del nirvana, es la viva encarnación de tu palabra.

la viva encarnación de tu palabra

¡Los tiempos del fin han llegado!

“He aquí que viene con las nubes (el Bienamado) y realmente todo ojo le verá y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra se lamentarán sobre él. Así sea. Amén”

(Ap. 1: 7).

¡Ya viene el Adorable!, El que tanto ha sangrado por nosotros… ¡Ya se acerca el Bendito!, viene como una madre que angustiada busca a sus hijitos…

Escuchad hombres y dioses: en el misterio de cada onda profunda, se acerca el Adorable… Aquél que nos hace reyes y sacerdotes para Dios y su Padre. La brisa vespertina nos trae orquestaciones a veces tan dulces como el arrullo de una madre. A veces tan severas como el rayo que terrible centellea entre la tempestad catastrófica del furioso océano apocalíptico.

En la profundidad inefable y deliciosa del Santuario, habla el Bienamado con voz de Paraíso, y dice cosas sublimes:

“Yo Soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”

(Ap. 1: 8).

Un rayo terrible relampaguea entre el terciopelo azul de la noche estrellada… ¡Es el Hijo del Hombre! Del rayo divino dimana el íntimo. Resuena el coro de los santos, cantan tiernamente las vírgenes del nirvana. Ellas se conmueven cuando el rayo penetra en el alma de algún hombre santo.

El rayo inefable entra en el alma y se transforma en ella. Él se transforma en ella y ella en él. Lo divino se humaniza y lo humano se diviniza. ¡Estas son las nupcias eternas del alma y del cordero pascual!

De estas bodas de Alkimia de esta mezcla de amor y paz, resulta eso que llamamos el Hijo del Hombre. Él es el resplandeciente y luminoso Yo Soy. Nuestro resplandeciente Dragón de Sabiduría. Él es el rico tesoro que nos trajo el Adorable.

Él es el Hombre-Sol, Ormus, Osiris. Vishnú, Chur, El Cordero; el hombre del tiempo y del río cantado por Daniel.

El es Alfa y Omega, el primero y el postrero, que es y que era y que ha de venir. Él es el Amado Eterno. El Anciano de los Días.

El Señor de toda adoración, quiere morar en el fondo de cada alma. Él es el óleo de la mirra y el collado del incienso. Él es el Adorable y el Adorador.

La expresión “yo soy” debe traducirse así: “soy el Ser”. Realmente el Bienamado es el Ser de nuestro Ser, que es y que era y que ha de venir. Tenemos un tabernáculo precioso (el cuerpo físico), un alma angustiada y un espíritu (el íntimo). Esta tríada humana emanó de aquel rayo terriblemente divino que hace resonar su campanada, entre el espacio infinito, cuando nosotros venimos al mundo.

Cada hombre tiene su rayo particular que resplandece, con toda la potencia de su gloria, en el mundo de los dioses inefables. Ese Rayo de la Aurora, es el Ser de nuestro Ser. Es el Cristo interno de cada hombre. Es la Corona Sephirotica de los cabalistas, la Corona de la Vida:

“Sé fiel hasta la muerte (dice el Bendito), y yo te daré la Corona de la Vida”

(Ap. 2: 10).

Al que sabe, la palabra da poder. Nadie la pronunció. Nadie la pronunciará sino aquél que lo tiene Encarnado.

Al banquete del cordero pascual asisten los convidados. En la mesa de los ángeles resplandecen de gloria aquellos que lo tienen encarnado. El rostro del Bienamado es como un relámpago.

Cristo es el Ejército de la Voz. Cristo es el Verbo. En el mundo del Adorable Eterno, no existen ni la personalidad ni la individualidad, ni el yo. En el Señor de Suprema Adoración todos somos uno. Cuando el Bienamado se transforma en el alma, cuando el alma se transforma en el Bienamado, entonces de esta mezcla inefable -divina y humana- nace eso que nosotros llamamos el Hijo del Hombre.

Aquel Gran Señor de la Luz, siendo el Hijo del Dios Vivo, se convierte en el Hijo del Hombre cuando se transforma en el alma humana. El Hombre-Sol es el último resultado de todas nuestras purificaciones y amarguras. El Hombre-Sol es divino y humano. El Hijo del Hombre es el último resultado del hombre; el hijo de nuestros sufrimientos; el solemne Misterio de la sustanciación.

Cristo es el Logos Solar (Unidad Múltiple Perfecta). Cristo es el Gran Aliento Eterno, profundo, insondable, emanado de entre las entrañas inefables del Absoluto.

Cristo es nuestro incesante hálito eterno, para sí mismo profundamente ignoto… Nuestro divino Augoides.

Cristo es aquel rayo purísimo, inefable y terriblemente divino que resplandeció como un relámpago en el rostro de Moisés… allá, entre el solemne Misterio del Monte Nebo.

Cristo no es la Mónada. Cristo no es el septenario teosófico. Cristo no es el Jivan- Atman. Cristo es el rayo que nos une al Absoluto. Cristo es el Sol Central.

En el Oriente Cristo es KwanYin (la Voz Melodiosa), Avalokiteswara, Vishnú. Entre los egipcios Cristo es Osiris, y todo aquel que lo encarnaba era un Osirificado. Cristo es el hilo átmico de los indostaníes.

El Hijo del Hombre resplandece con toda la potencia de su gloria, en el solemne banquete del Cordero Pascual.

Samael Aun Weor

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