Belcebú, ansioso cada vez más de sabiduría, cumplía fiel y sinceramente todas las órdenes que su siniestro instructor le daba. Conoció el curso de las corrientes seminales y despertó su Kundalini negativamente por los procedimientos de la fornicación y de la concentración, tal como lo enseña Omar Cherenzi Lind, en su libro titulado «el Kundalini o la Serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes».
El crepúsculo de la noche cósmica extendía el terciopelo de sus alas misteriosas sobre los valles profundos y las enormes y gigantescas montañas de la vieja Arcadia. Los corpulentos árboles milenarios, últimos vástagos de padres desconocidos, habían ya visto durante largos años caer las hojas del otoño y ahora parecían secarse definitivamente para caer en brazos de la muerte. Nuestros actuales cuerpos humanos parecían ya fantasmas de hombres y los íntimos de nuestra actual humanidad habían ya recibido su más fina vestidura.
Terribles terremotos sacudían la Arcadia y por donde quiera se sentía un hálito de muerte; de aquellas enormes multitudes de seres humanos habían salido dos clases de seres: ángeles y diablos.
La antigua belleza del apuesto galán de la Arcadia había desaparecido, su cuerpo se cubrió de pelo y tomó la semejanza de un gorila. Sus ojos tomaron el aspecto criminoso y horrible de un toro, su boca se agigantó y con sus horribles colmillos presentaban el aspecto de las fauces de una bestia voraz. Su cabeza de enorme melena y sus pies y manos deformes y gigantescos le dieron el aspecto de un monstruo horrible, corpulento y enigmático. Este era Belcebú, el enigmático y apuesto galán de la antigua Arcadia…
¿Esta era la copa de sabiduría en que él quería beber? ¿Para llegar a esa horrible monstruosidad fueron todas esas sagradas iniciaciones que él pasó en el templo? ¿Este era el néctar de la ciencia, o el licor de la sabiduría que él anhelaba?
Sabiduría, divino tesoro
Que con tu fuego me quemas
Cuando quisiera llorar no lloro
Y si lloro tu me consuelas.
Érase un viejo leñador de la comarca
Que no sabía leer ni escribir
Solo amaba el filo de su hacha
Y sentías ansias de vivir
Regaba el surco con sus lagrimas
Y amor sentía por la sabiduría
Sonreían sus mejillas pálidas
Y se embriagaba de amor y de poesía.
Sabiduría, sabiduría, sabiduría
Cuanto me quemas
Exclamó el anciano que moría
Bajo las rubias estrellas
Sabiduría licor de los dioses
Es licor que envenena
Y por un camino muy duro mi espíritu vendrá
Es terrible, Dios mío la tortura de esperar
Sabiduría por ti levanto mi copa
Y estoy cansado de llorar
Sabiduría a ti canto mis estrofas
Y aguardo entre las rosas
Al amor que ya volverá
Sabiduría divino tesoro
Que con tu fuego me quemas
Cuando quisiera llorar no lloro
Y si lloro tu me consuelas.
El Kundalini despertado en forma negativa lo convirtió en una potencia tenebrosa de la naturaleza. Los magos negros durante la fornicación pasional aprovechan el instante de la eyaculación seminal para hacer ascender por medio de la concentración mental las hormonas vitalizadoras que segregan las glándulas sexuales, hacia la cabeza, luego con la mente las llevan al corazón y este último las envía hacia el dedo grande del pie derecho, y así despiertan el Kundalini negativamente y se convierten en el monstruo de las siete cabezas de que habla el Apocalipsis.
En la India hay escuelas de yoga negra, que instruyen a sus discípulos en esa ciencia tenebrosa. Todos los profundos estudios de ocultismo los podemos reducir a una síntesis: “la culebra”. “Derramando el semen nos convertimos en diablos, y no derramándolo nos convertimos en ángeles. Si la culebra sube, somos dioses, y si la culebra baja, se forma la cola del Demonio en nosotros y nos volvemos demonios. La cola del Demonio es una prolongación de la contraparte astral del coxis y resulta del movimiento de la culebra hacia abajo, hacia la tierra.
Practicando la magia sexual el alquimista gnóstico despierta el Kundalini y sube por el conducto de un canal, llamado Susumná: esa culebra ígnea es gruesa en aquellos que tienen mucha sustancia cristónica (semen) acumulada, y delgada en aquellos que no tienen mucha energía sexual almacenada. El despertar positivo del Kundalini va acompañado de una gran fiesta en el templo.
Terribles dolores se producen en el coxis y el fuego serpentino se va abriendo paso hacia arriba, hacia la cabeza. El paso de un cañón a otro se realiza según los méritos morales del discípulo. Estos cañones son las vértebras de la columna espinal; también se les llama pirámides.
Cualquier acto indigno le rebaja al discípulo uno o más cañones según la magnitud de la falta. Son 33 cañones que tenemos que conquistar para llegar a la alta iniciación, que es la unión con el Íntimo. Esos 33 cañones pertenecen al grado 33 de la Masonería, esos son los 33 años de la vida de Cristo. El grado 33 solo lo tienen los maestros de misterios mayores, los dos 3 unidos son el símbolo de la unión de la materia con el espíritu, el círculo perfecto de la eternidad, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna.
La alta iniciación se realiza cuando ya el Kundalini ha llegado a la cabeza, pero para que el Kundalini suba triunfante a través de los 33 cañones, se necesita practicar al pié de la letra todas las enseñanzas de los santos evangelios; para llegar a la alta iniciación hay que pasar primero las nueve arcadas: estas son las nueve iniciaciones de misterios menores.
Conforme el fuego serpentino va subiendo por la columna espinal van despertando todos los poderes del hombre, pues cada cañón tiene su nombre oculto y se relaciona con determinados poderes.
Cierto maestro de misterios mayores cuenta que antes de llegar a la alta iniciación, tuvo la debilidad de caer en cierta falta y entonces el Kundalini le bajó cuatro cañones y para volver a conquistarlos tuvo que luchar muchísimo.
Las ordalías de la alta iniciación son sumamente severas: el discípulo tiene que seguir un sendero de santidad y castidad perfectas, pero al llegar a la unión con el Íntimo, el hombre se convierte en un Maestro de Misterios mayores y en un Teúrgo”.
Aun Weor