Yo pensaba que después de las Bodas químicas63 con mi Alma Espiritual, entraría de lleno en una paradisíaca Luna de Miel; ni remotamente sospechaba que entre las guaridas sumergidas del Subconsciente humano, se escondiera el izquierdo y tenebroso Mara del evangelio Buddhista; el famoso Dragón de las tinieblas citado por el Apocalipsis de San Juan; el padre de los tres traidores…
Gigantesco monstruo abismal de siete cabezas infrahumanas, personificando siempre a los siete pecados capitales: Ira, Codicia, Lujuria, Envidia, Orgullo, Pereza, y Gula…
Y rugió la gran bestia espantosamente, como cuando un león ruge, y se estremecieron de horror las potencias de las tinieblas…
Sólo con la electricidad sexual trascendente en plena Magia Sexual, es posible reducir a polvareda cósmica aquel horripilante engendro abismal…
Afortunadamente yo supe aprovechar hasta el máximum “el Coitus Reservatus” para hacer mis súplicas a “DEVI-KUNDALINI”, la “Serpiente Ígnea de Nuestros Mágicos Poderes”.
Empuña el Monstruo con su siniestra mano la temible lanza; tres veces intenta herirme en vano; desesperado arroja contra mí la dura pica; interviene en esos instantes mi Divina Madre KUNDALINI; se apodera de la singular reliquia y con ella hiere mortalmente al Dragón Rojo…
MARA, la horripilante bestia infernal, pierde entonces su gigantesca estatura, se empequeñece poco a poco, se reduce a un punto matemático y desaparece para siempre del tenebroso antro…
Posteriormente, aquella fracción de mi Conciencia antes enfrascada entre el abominable monstruo, regresa, vuelve a mí…
Terribles son los secretos del viejo abismo, océano sombrío y sin límites, donde la noche primogénita y el Caos, abuelos de la naturaleza, mantienen una perpetua anarquía en medio del rumor de eternas guerras, sosteniéndose con el auxilio de la confusión…
El calor, el frío, la humedad, la sequía, cuatro terribles campeones, se disputan allí la superioridad y conducen al combate sus embriones de átomos, que agrupándose en torno de la enseña de sus legiones y reunidos en diferentes tribus, armados ligera o pesadamente, agudos, redondeados, rápidos o lentos, hormiguean tan innumerables como las arenas del Barca o las de la ardiente playa de Cirene, arrastrados para tomar parte en la lucha de los vientos y para servir de lastre a sus alas veloces…
El átomo a quien mayor número de átomos se adhiere domina por un momento; el Caos gobierna como árbitro, y sus decisiones vienen a aumentar cada vez más el desorden, merced al cual reina; después de él, es ostensible que en esos Mundos Infiernos el acaso lo dirige todo…
Ante aquel abismo salvaje, cuna y sepulcro de la naturaleza, ante aquel antro que no es mar ni tierra, ni aire ni fuego, sino que está formado de todos esos elementos, que, confusamente mezclados en sus causas fecundas, deben combatir del mismo modo siempre, a menos que el Demiurgo Creador disponga de sus negros materiales para formar nuevos mundos, ante aquel Tártarus Bárbaro, el Dragón de las tinieblas exhaló su postrer aliento…
Fácil es descender a los “Mundos-Infiernos” pero no lo es tanto volver. ¡Allí está el duro trabajo! ¡Allí la difícil prueba!…
Algunos héroes sublimes, pocos en verdad han logrado el regreso triunfal. Bosques impenetrables separan el Averno del Mundo de Luz; y las aguas del pálido río, el Cócito, trazan repliegues laberínticos en aquella penumbra, cuya sola imagen estremece…
Samael Aun Weor