EL LIBRO SELLADO

Esta noche los Hermanos del Templo hemos sufrido mucho por esa pobre humanidad que tanto adoramos. El cielo esta noche se ha vestido con negros y densos nubarrones.

Aleonadas nubes que el relámpago ilumina. Rayos, truenos, tempestades, lluvias y muy grande granizo.

Esta noche todos nosotros nos entramos por las puertas del templo, llenos de muy grande tribulación. Hemos sufrido mucho por la gran huérfana que tanto amamos.

¡Pobre humanidad! ¡Pobres madres! ¡Pobres ancianos!

Pobres ancianos

Algunos hermanos nos hemos acostado en lechos de profundo dolor. En el templo se representa un drama apocalíptico.

Los hermanos somos espectadores y actores simultáneamente de este drama sagrado. Los sacerdotes ataron dos cosas: un niño y un libro. Sobre el pecho del niño apocalíptico resplandece el libro sellado. Las cuerdas de fino y cruel cáñamo envuelven el delicado y tierno cuerpo del hermoso niño de angustias y dolores. Las crueles ataduras pasan por sobre el libro sellado. El libro está sobre el inmaculado pecho del niño. Ese niño es nuestro hijo muy amado. Suplicamos, lloramos, pedimos misericordia, y entonces es libertado el niño de angustias y el libro sellado con siete sellos.

Ahora abrimos el libro y con él profetizamos a una mujer vestida de púrpura y escarlata. Esa es la gran ramera cuyo número es 666, y con ella han fornicado todos los reyes de la tierra. La mujer nos escucha y dice:

“Yo no sabía que ustedes podían profetizarme con ese libro”

Nosotros entonces dijimos:

“Venimos a profetizar y a Enseñar con este libro”.

Así hablamos a la mujer vestida de púrpura y escarlata; y mientras hablamos con ella, cruzan por nuestra imaginación las imágenes de cinco montes. Esas son las cinco Razas que han habido. Cada raza termina con un gran cataclismo. Pronto terminará nuestra quinta raza.

“Y vi en la mano derecha del que estaba sentado sobre el trono un libro escrito de dentro y de fuera, sellado con siete sellos” (Ap. 5: 1).

“Y vi un fuerte ángel predicando en alta voz: ¿Quién es digno de abrir el libro, y de desatar sus sellos?. Y ninguno podía, ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra, abrir el libro, ni mirarlo” (Ap. 5: 3).

Realmente ese libro sólo puede abrirlo el Cordero Encarnado.

“Y yo lloraba mucho, porque no había sido hallado ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni mirarlo” (Ap. 5: 4).

“Y uno de los ancianos me dice: No llores. He aquí el león de la tribu de Judá (el Verbo iniciador de la Nueva Era Acuaria), la raíz de David, que ha vencido a la bestia (dentro de sí mismo), para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Ap. 5: 5). Eso lo ignora la humanidad, la Gran Ramera.

“Y miré, y he aquí en medio del Trono y de los cuatro animales y en medio de los Ancianos estaba un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados en toda la tierra (para trabajar de acuerdo con la Ley)” (Ap. 5: 6).

“Y él vino, y tomó el libro de la mano derecha de aquel que estaba sentado en el trono” (Ap. 5: 7).

“Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro animales y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero, teniendo cada uno arpas y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro, y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios con tu sangre, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Ap. 5: 8, 9). Realmente sólo el Cordero puede abrir el libro sellado.

“Y nos ha hecho para nuestro Dios (Interno) reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Ap. 5: 10). Realmente nuestro Dios Interno es el rey y el sacerdote.

“Y miré, y oí voz de muchos ángeles alrededor del trono (que está en los cielos y dentro del corazón del hombre), y de los animales y de los ancianos; y la multitud de ellos era millones de millones, que decían en alta voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder y riquezas, y sabiduría, y fortaleza, y honra y gloria y alabanza. Y oí a toda criatura que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y que está en el mar, y todas las cosas que en ellos están, diciendo: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, la honra, y la gloria, y el poder, para siempre jamás” (Ap. 5: 11-13).

“Y los cuatro animales (de la alquimia sexual) decían: Amén. Y los Veinticuatro Ancianos cayeron sobre sus rostros y adoraron al que vive para siempre jamás”.

Ap. 5: 14

Realmente el Cordero Interno de cada hombre, es absolutamente perfecto y digno de toda honra. Los hombres no somos sino pobres sombras de Pecado. Algunas gentes dicen:

“Yo creo en el yo quiero; así como en el yo puedo y en el yo hago”.

A esto llaman dizque ser positivo. La realidad es que estas personas están afirmando a Satán. El Cordero no es el yo. El Cordero no es ningún yo superior, ni mucho menos ningún yo inferior. Cuando el Cordero dice “YO SOY“, tradúzcase así: “ÉL ES“, puesto que Él es el que está hablando, y no es hombre. El Cordero está desprovisto del yo, y de todo sello de individualidad, y de todo vestigio de personalidad.

Si tu Dios Interno es el dios de algún sol, el dios de alguna constelación, sed todavía más humilde porque tú no eres sino un pobre Bodhisattva, un pobre hombre más o menos imperfecto.

No cometas el sacrilegio de decir: yo soy el dios tal, o el gran Maestro fulano de tal, porque tú no eres el Maestro.

Tú no eres el Cordero. Tú sólo eres únicamente una sombra pecadora de aquel que jamás ha pecado. El yo está compuesto por los átomos del enemigo secreto. El yo quiere resaltar, subir, hacerse sentir, trepar al tope de la escalera, etc.

Tú, reconoce tu miseria; adora y alaba al Cordero, desvanécete, refúgiate en la nada porque eres nadie. Así, por ese camino de suprema humildad, regresarás a la inocencia del Edém.

Entonces tu alma se perderá en el Cordero. La chispa volverá a la llama de donde salió. Tú eres la chispa, el Cordero es la llama.

Y por esos días, cuando ya tu alma haya vuelto al Cordero, multiplica tu vigilancia; recuerda que el yo retorna como la mala hierba. Sólo el Cordero es digno de toda alabanza, y honra, y gloria.

No te dividas entre dos “yoes”, uno superior y otro inferior. Sólo existe un solo yo. El llamado yo superior no es sino un refinado concepto del Satán. Un sofisma del yo.

No desees nada, mata todo deseo de vida. Recuerda que el yo se alimenta de todo deseo. Besad los pies del leproso. Enjugad las lágrimas de tus peores enemigos, no hieras a nadie con la palabra. No busques refugio.

Resuélvete a morir en todos los planos de la conciencia cósmica. Entrega tus bienes a los pobres; dad la última gota de sangre por la pobre humanidad doliente; renuncia a toda felicidad y entonces el Cordero inmolado entrará en tu alma. Él hará en tu alma su morada.

Algunos filósofos afirman que el Cristo trajo la doctrina del “yo” porque dijo: “yo soy” el camino, la verdad y la vida” (Juan 14: 6). Ciertamente el Cordero dijo: “YO SOY”. Sólo el Cordero puede decir “YO SOY”. Eso lo dijo el Cordero; pero esto no lo podemos decir nosotros (pobres sombras de pecado). Porque nosotros no somos el Cordero. Realmente la traducción exacta y axiomática de ese “YO SOY”, pronunciada por el Cordero, es la siguiente: “ÉL ES el camino, la verdad y la vida”. Él lo dijo, porque lo dijo “ÉL ES”. Nosotros no lo dijimos, lo dijo ÉL, ÉL, ÉL.

Él vive en las profundidades ignotas de nuestro ser. “ÉL ES” el camino, la verdad y la vida. Él trasciende todo concepto del yo, toda individualidad, y cualquier vestigio de personalidad.

Realmente el Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder y riquezas, y, sabiduría, y fortaleza, y honra, y gloria, y alabanza. Él es el único digno de abrir el libro y desatar sus sellos.

El Cordero es nuestro divino Augoides. Lo único verdaderamente grande y divino, es el Cordero Inmolado.

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