FANTASMAS

1- ¿Usted ha visto alguna vez algún fantasma?

R. Algunas persona creen en los fantasmas, otras dudan y por último hay algunas que se mofan. Yo no necesito de creer, ni de dudar, ni de reír, para mí los fantasmas son un hecho.

2- ¿A usted le consta? ¿Usted los ha visto?

R. Amigo mío: No está por demás relatarle un caso muy interesante. Era yo muy joven todavía y ella se llamaba Ángela; novia por cierto muy singular, hoy ya muerta. Cierto día, aun ella con vida, resolví alejarme sin despedirme. Me fui hacia las costas del Atlántico y hube de hospedarme en casa de una señora anciana, noble mujer que no me negó hospitalidad. Establecí mi habitación dentro de la misma sala, cuya puerta daba directamente a la calle. Mi cama, un catre de lona totalmente tropical y como quiera que había mucho mosquito, zancudo, etc., etc., no dejé de protegerme con un pabellón muy fino y transparente.

Una noche yacía en mi lecho dormitando, cuando de pronto alguien tocó tres veces a mi puerta acompasadamente; en instante en que me senté para levantarme y salir a la puerta, sentí un par de manos penetrar a través de mi pabellón; éstas se acercaron a mí peligrosamente acariciándome el rostro. Empero la cosa no quedó ahí; además de aquellas manos apareció todo un fantasma humano con la semblanza manifiesta de aquella novia que francamente no me interesaba. Lloraba el angustiado fantasma diciéndome frases como éstas: “ingrato, te alejaste sin despedirte de mí y yo tanto que te quería y te adoraba con todo el corazón, etc., etc., etc., y otras cosas”.

Quise hablar, mas todo fue inútil porque se me trabó la lengua; entonces mentalmente le ordené a aquel fantasma que se retirara inmediatamente.

Nuevos lamentos, nuevas recriminaciones, y luego dijo, “me voy pues”, y se alejó despacito, despacito; mas cuando yo vi que la aparición aquella se marchaba, un pensamiento nuevo, una idea especial surgió en mi entendimiento, me dije a mí mismo: este es el momento de saber qué cosa es un fantasma, de qué está hecho, qué tiene de real.

Es obvio que al pensar así de esta manera, desapareció en mí el temor y se me destrabó la lengua; entonces pude hablar y ordené al fantasma así: “No, no se vaya usted, regrese, necesito platicar con usted”, el fantasma respondió: “bueno me regreso, está bien pues”, no está de más afirmar que la palabra fue acompañada de la acción y vino otra vez el fantasma hacia mí.

Lo primero que hice fue examinar mis propias facultades para evidenciar si estaban funcionando correctamente. “No estoy borracho”, me dije, “no estoy hipnotizado, no soy víctima de ninguna alucinación, mis cinco sentidos están correctos, no tengo porqué dudar”.

Una vez que pude verificar el buen funcionamiento de mis cinco sentidos, procedí entonces a examinar al fantasma.

“Deme usted la mano”, le dije a la aparición; es ostensible que ésta no rehusó mi exigencia y me extendió su diestra; Tomé el brazo de la singular figura que tenía frente a mí y pude notar una marcha rítmica normal como si tuviese corazón. Ausculté el hígado, bazo, etc. Y todo marchaba correctamente; empero la calidad de aquella materia parecía más bien como protoplasma, sustancia gelatinosa a veces semejante en el tacto al vinilo; el examen aquél lo hice a la luz de un foco debidamente encendido y duró algo así como media hora.

Después despedí al fantasma diciendo: “Ya puede usted retirarse, estoy satisfecho con el examen” y el fantasma haciendo múltiples recriminaciones se retiró llorando amargamente.

Momentos después, la dueña de casa tocó en la puerta; creía que le había faltado al respeto a la casa; vino diciéndome que me había dado hospitalidad a mí sólo y que se extrañaba de que estuviera metiendo mujeres en la habitación.

“Dispense usted señora”, fue mi respuesta”; yo no he traído ninguna mujer aquí, me ha visitado un fantasma y eso es todo” (es claro que le narré la historia). La dama aquella quedó convencida y se estremeció terriblemente cuando percibió un frío espantoso dentro de la habitación y en pleno clima cálido; esto le confirmó la veracidad de mi relato.

Yo anoté día, fecha y hora del acontecimiento y más tarde cuando me encontré con aquella novia le relaté mi historia.

Ella se limitó a decirme que en esa noche y a esa hora por mí citada, dormía y soñaba que estaba en un lugar de la costa y que platicaba conmigo dentro de una habitación semejante a una sala.

Es claro, me dije a mí mismo; la dama se acostó pensando en mí y su fantasma me visitó.

Lo curioso fue que varios meses después aquella dama murió y estando una noche yo descansando en mi lecho, se repitió el fenómeno, mas esta vez aquel fantasma resolvió acostarse junto a mí, lleno de ternuras y de cariño; como quiera esto se estaba volviendo bastante feo, no me quedó más remedio que ordenarle en forma muy severa que se retirara para siempre y no me molestara jamás en la existencia; el fantasma así lo hizo y jamás volvió.

3- Muy interesante su relato señor, ¿Quisiera usted narrarnos otro caso parecido?

R. Con mucho gusto, amigo mío: En cierta ocasión llegó a la ciudad una pobre mujer joven, en pésima situación económica; se trataba de una muchacha honrada y me solicitó trabajo.

No tuve inconveniente en darle trabajo de sirvienta en casa y resultó ella ser muy hacendosa; desgraciadamente a los pocos días de trabajar en casa se presentaron una serie de fenómenos psíquicos extraordinarios, que no solamente turbaron a mis familiares, sino también a las gentes de la vecindad.

En presencia de ella los platos se levantaban en el aire para estrellarse contra el piso y convertirse en fragmentos; las mesas, las sillas, danzaban solas y caían piedras dentro de nuestro domicilio.

No resultaba muy agradable para nosotros el que, en los precisos instantes de estar comiendo, cayeran dentro de los alimentos piedras, tierra, etc., etc.

La joven aquella tenía en su mano derecha un anillo misterioso con una inscripción que a la letra decía así: “Recuerdo de tu amigo LUZBEL”.

Lo más interesante es que aunque aquella mujer estuviese en desgracia (hablando económicamente) no dejaba de recibir del citado amigo algunas monedas que le alcanzaban para comer; tales dineros venían por el aire y ella las recogía sencillamente.

Contaba la muchacha que su ya citado “amigo” le decía que vivía en el mar y que quería llevársela para el fondo del océano.

Muchas veces hicimos conjuraciones para alejar a su camarada invisible, mas este retornaba con más fuerza, volviendo a sus andanzas y las gentes, como es natural, no dejaban de alarmarse.

Algunos jóvenes se enamoraban de ella, mas cuando intentaban acercarse a su dama, entre-llovían piedras sobre ellos y horrorizados huían despavoridos.

Más tarde, aquella muchacha se alejó de todos estos contornos de la ciudad; ¿Qué se hizo? No lo sabemos; lo que sí pudimos comprobar es que su tal amigo Luzbel era sencillamente un elemental del océano. No hay duda de que ella tenía mucho de naturaleza de elemental; así nos lo decían sus ojos, sus miradas, su cuerpo, su forma de ser, etc., etc.

Samael Aun Weor

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