Cuando el mundo, ese Tántalo que aspira en vano al ideal, se dobla al peso de la roca de Sísifo, y expira quemado por la túnica de Neso…
Cuando al par tenebroso y centelleante imita a Barrabás y aborrece al Justo, y Pigmeo con ansias de gigante se retuerce en el lecho de Procusto…
Cuando gime entre horribles convulsiones para expiar sus criminales yerros mordido por sus ávidas pasiones como Acteón por sus voraces perros.
Cuando sujeto a su fatal cadena arrastra sus desdichas por los lodos, y cada cual en su egoísta pena vuelve la espalda a la aflicción de todos, nacen entonces los grandes Avataras que enseñan el camino secreto…
Sacro Blandón que en la capilla austera arde sin tregua como ofrenda clara y consume su pabilo y su cera para disipar la lobreguez del ara; vaso glorioso donde Dios resume cuanto es amor…
Sublime PARSIFAL que ambiciona herir a Satán entre el fragor del rayo y el terror del trueno…
Ave Fénix que en fúlgidas empresas aviva el fuego de su hoguera dura y muere convirtiéndose en pavesas de que renace victoriosa y pura…
¡Eso es el Iniciado en su fatal destierro!… Cantar a Filis por su dulce nombre y luego… Amar es lo mejor… ¿Besar?.. ¡Sí, en el momento supremo!…
¡Amfortas! ¡La herida!… ¡La herida!… exclama el héroe de la Dramática Wagneriana…
No eyacular el semen… dolor para la bestia, placer para el espíritu, tortura para el bruto…
Extraña simbiosis de amor y rebeldía; mística revolucionaria de Acuario, nueva ascética…
Hay un cielo, mujer, en tus brazos; siento de dicha el corazón opreso… ¡Oh! Sostenme en la vida de tus abrazos para que no me mates con tu beso.
En vano recurre entonces la beldad erótica a todos los encantos; Fal-Parsi no derrama el Vaso de Hermes y se retira…
La pecadora, exasperada y vencida, pero sin querer renunciar a la que creía su fácil presa, usa todos los recursos sexuales de su KLINGSOR interior, el Ego animal, Mefistófeles, arroja contra el mancebo la lanza del Señor…
La lanza bendita, emblema de la fuerza sexual, suspendida flota entonces sobre la cabeza del Iniciado; éste la empuña con su diestra y hace con ella la señal de la cruz… bajo semejante conjuro, el castillo de las iniquidades que el Adán de pecado lleva adentro, convertido en polvareda cósmica cae en el horror del pavoroso precipicio.
Ella, terriblemente bella, espantosamente deliciosa, deja escapar de su garganta núbil un grito de lujuria y luego se desmaya entre su lecho de placeres…
El héroe victorioso portando en su diestra espléndida la lanza de Longinos, se aleja del álveo refugio caminando despacito, despacito, entre el jardín interno y delicado… bajo una luz difusa de oro y de violeta.
Samael Aún Weor