Había en el templo de Jerusalén 33 varones sacerdotes de la Tribu de Leví. José el padre de Jesús de Nazaret, era uno de los 33 ancianos del templo de Salomón.
Después de la Anunciación, el Sumo Sacerdote ordenó que todos los 33 sacerdotes del templo depositaran sus varas detrás del altar. Y se dispuso que aquella vara que amaneciera florecida, sería la del esposo de María.
Cada uno de los sacerdotes, uno a uno en orden sucesivo, fueron colocando sus varas detrás del altar.
El último que debía colocar su vara fue el Sacerdote José, pero éste se resistía a la orden del Sumo Sacerdote, alegando su avanzada edad.
Empero, tuvo que obedecer la orden, y depositó su vara detrás del altar.
Al otro día, muy de mañana, fueron los sacerdotes al altar para recoger sus varas, y cuánta no sería su sorpresa al hallar la vara de José toda florecida.
Así fue como se designó a José por esposo a María.
Y fue la Virgen del Carmen sacada del templo y depositada en la casa de un ciudadano honorable de Jerusalén, para aguardar la hora de la concepción.
Y el Ángel Gabriel escogió día y hora en que los esposos verificaron el acto sexual como un sacrificio en el altar del matrimonio para brindarle el cuerpo al Divino Redentor del mundo.
Y María fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto, porque era Virgen del Alma, y porque la concepción se verificó por obra, es decir, por orden y gracia del Espíritu Santo.
El acto sexual, cuando es ordenado por ángel, engendra hijos por obra y gracia del Espíritu Santo.
El acto sexual para los puros es puro, y para los impuros, es impuro.
Cuando nosotros miramos el acto sexual con ojos de ángel, es Angélico, empero cuando lo miramos con ojos de malicia, es demoníaco.
Cuando se verifica el acto sexual por orden de ángel es santo.
Pero cuando se verifica el acto sexual por orden del diablo, es satánico.
María no tuvo dolor en el parto, porque concibió su hijo por obra y gracia del Espíritu Santo, y todos los esposos y esposas del mundo podrían imitar a María y a José, concibiendo sus hijos por obra y gracia del Espíritu Santo, “no fornicando”.
Esta es la clave maravillosa que permitirá que nazcan niños inteligentes y llenos de belleza.
Lo importante es saber abstenerse y orar al Espíritu Santo diariamente, y a su santo Ángel Gabriel, para que en sueños nos haga partícipes de la anunciación.
Y entonces el ángel del Señor, revelará en sueños el día y la hora en que los esposos pueden verificar el acto sagrado de la fecundación.
Esta concepción del Espíritu Santo, convertirá cada hogar en un paraíso, y desaparecerán los desencantos amorosos y habrá felicidad.
Toda oración al Ángel Gabriel, se hará así.
“Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar la aflicción de su sierva, y te acordares de mí, y no te olvidaras de tu sierva, mas dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no subirá navaja sobre su cabeza”. (Vers. 11, Cáp. 1 – Samuel)
Samael Aun Weor