La hora de todas las Fatalidades

Distinguidos amigos, damas, caballeros, vamos hoy a hablar sobre todos los problemas inquietantes de actualidad.

Obviamente haremos un análisis esotérico del mundo contemporáneo. Ha llegado la hora de conocer ciertamente lo que somos, y marchar hacia adelante con paso firme y decidido.

Incuestionablemente estamos en la hora de todas las FATALIDADES; nos encontramos ante el dilema del Ser y del No Ser de la filosofía. El mundo está en crisis, ¿quién lo negaría? En estos instantes se acaba de aprobar la bomba “N”. ¿Saben ustedes lo que eso significa? Por donde quiera hay en estos momentos protestas. La bomba “N” es de temibles poderes: puede reducir ciudades enteras a cenizas; millones de criaturas desaparecerían; las plantas dejarían de existir, donde la tal bomba “N” cayera; hasta la vida misma de los insectos quedaría aniquilada.

Recordemos las dos explosiones de Hiroshima y Nagasaki. Todavía en aquellos lugares se siente el resultado de las mismas. En aquella época fueron muchas las gentes que murieron; tuvo que rendirse el Japón ante la infamia. Me parece que eso no es VALOR, sino COBARDÍA.

Antiguamente, por ejemplo, aquí en nuestra tierra mexicana, cuando había guerra, los hombres, como caballeros, resolvían sus problemas en el campo de batalla, cuerpo a cuerpo.

En la edad media existieron muchas guerras caballerescas en Europa. Recordemos nosotros las batallas aquéllas en el Medio Oriente, cuando las Cruzadas, esas luchas contra los moros, etc.

En ellas se destacó el valor de los hombres, sí, de los hombres, no la cobardía; triunfaba el valiente, jamás el cobarde. Los caballeros, que se desafiaban a duelo en París, resolvían su problema en el campo de batalla, hombre a hombre.

Pero eso de hacer caer ahora por estos tiempos, una bomba atómica o una bomba “N” sobre una ciudad indefensa, llena de hombres, mujeres, niños, ancianos, me parece que ese es un acto de una cobardía, ahí no hay valor, ahí lo que hay es cobardía. Valor sería diferente. Valor como el que demostraron los hombres de la Edad Media, como aquel valor que demostraron los griegos ante los muros invictos de Troya, o como aquel valor que demostraron los troyanos, resistiendo el avance de los saqueos y de los “arcayenos” melenudos de hermosas grebas y obscuras faces.

Pero llamar valor a lo que ahora sucede, llamar valor al resultado de la bomba atómica o de la bomba “N”, una bomba que cae sobre tantas criaturas, mata a tanta gente, que no está en campo de batalla, me parece francamente cobardía llevada al máximo.

Y por si esto fuera poco, vemos nosotros el estado de degeneración actual: en el Canadá, por ejemplo, se casan los homosexuales entre sí, les basta presentarse ante el juzgado para que el juez los case; hombre con hombre casándose. Las mujeres también se casan entre sí, las lesbianas se presentan en los juzgados para que el juez las despose. ¿Qué es esto? DEGENERACIÓN en el sentido más completo de la palabra. Hechos son hechos, y ante los hechos tenemos que rendirnos.

Así que, mis amigos, estamos marchando por el camino de la involución. Quienes afirman que hemos llegado al máximum de la perfección, son tan absurdos como ésos que ahora están diciendo que el hombre viene del ratón. Ya como que se cansaron del hermano chango, ahora que “ya no somos descendientes de los changos” –dicen–, sino que venimos del ratón. Así dicen los sabios.

¡Qué chistosos están estos sabios modernos! Ahora posiblemente el ratón se convertirá en un gran señor, habrá que ponerle smoking, vestirlo elegantemente, pues según los científicos de estos tiempos, el hermano ratón es nuestro antecesor.

Vean ustedes como está de chiflada esta humanidad del siglo XX. ¿Es eso cultura, o qué? Y para colmo de los colmos, en el Canadá se está luchando en estos precisos instantes de crisis mundial, por legalizar nada menos que el incesto. De manera que está en trámites la cuestión del gobierno canadiense, y si se llega a aprobar eso en aquel país, el padre se casará con la hija, el hijo con la mamá, el hermano con la hermana, el tío con la sobrina, etc., etc., etc. He ahí la Sodoma moderna y la Gomorra moderna. ¿Hasta dónde ha llegado esta humanidad? Estoy hablándoles a ustedes sobre casos concretos, claros y definitivos.

Pensemos ahora en la situación que se encuentra el globo terráqueo. Este pobre planeta Tierra, en estos momentos, está sometido a una AGONÍA lenta y espantosa; el aire está totalmente contaminado y seguirá contaminándose. Ya por ahí hay un algún cientifista de estos chiflados de estos tiempos, está diciendo que si dentro de cuarenta años, no se ha resuelto el problema del SMOG, más de la mitad de la humanidad perecerá. Pueda que en esta vez si tengan razón estos pseudo-científicos, porque en verdad que la cosa está grave.

Vean ustedes, los que visitan el Distrito Federal, cómo está la cuestión ésa del smog: la ciudad envuelta en esa atmósfera tan pesada, tan horrible. Como resultado o secuencia, multitud de enfermedades están apareciendo, el cáncer se multiplica horriblemente, la diabetes, etc. Lo más grave es que hasta la atmósfera misma de los campos está contaminada.

Recuerdo muy bien hace unos 50 años atrás, entonces nosotros, los viejos, veíamos el cielo azul inviolado; era precioso contemplar la atmósfera. Ahora ya ese panorama no es posible. Hasta en las selvas más profundas, si uno mira hacia el cielo, lo que ve es un azul plomizo, un azul grisoso.

Así que, en realidad de verdad, la contaminación aumenta por todas partes: hacia el Norte y hacia el Sur, hacia el Este y hacia el Oeste del mundo. Los venenos del smog penetran en la sangre, entran en los pulmones, destruyen el hígado, ocasionan daños al corazón, y las nuevas generaciones van debilitándose espantosamente. A ese paso, verdad que no es mucha la vida que nos queda.

Así están las cosas…

A mí me parece, salvo el mejor criterio de alguno de ustedes que sepa más que yo, que sería posible canalizar el smog. Tengo entendido que así como se canaliza el rayo por medio del pararayos, o la voz a través del teléfono, o el agua negra en los canales, o el gas en las cañerías en los EE.UU., sería posible canalizar también el smog.

Samael Aun Weor

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