La Lemuria

“Y había Jehová Dios plantado un huerto en el edén al oriente, y puso allí al hombre que había formado”. Mucho se ha discutido sobre el paraíso terrenal. Max Heindel sostiene que ese paraíso terrenal es la luz astral y no quiso darse cuenta de lo que significa la palabra “terrenal”.

Realmente ese paraíso existió y fue el continente de la Lemuria, situado en el Océano Pacífico. Esa fue la primera tierra seca que hubo en el mundo. La temperatura era extremadamente cálida. “Más subía de la tierra un vapor que regaba toda la faz de la tierra” (Génesis. Cap.2 Vers. 6).

El intensísimo calor y el vapor de las aguas nublaban la atmósfera y los hombres respiraban por agallas como los peces. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis. Cáp. 1 Vers. 27).

Los hombres de la época polar y de la época hiperbórea y principios de la época lemúrica eran hermafroditas, y se reproducían como se reproducen los microbios hermafroditas. En los primeros tiempos de la Lemuria, la especie humana casi no se distinguía de las especies animales; pero a través de 150.000 años de evolución llegaron los lemures a un grado de civilización tan grandiosa, que nosotros los arios estamos todavía muy lejos de alcanzar. Esa era la edad de oro, esa era la edad de los titanes. Esos fueron los tiempos deliciosos de la Arcadia. Los tiempos en que no existía lo mío ni lo tuyo, porque todo era de todos. Esos fueron los tiempos en que los ríos manaban leche y miel.

La imaginación de los hombres era un espejo inefable donde se reflejaba solemnemente el panorama de los cielos estrellados de Urania. El hombre sabía que su vida era la vida de los dioses, y el que sabía tañer la lira estremecía los ámbitos divinos con sus deliciosas melodías. El artista que manejaba el cincel se inspiraba en la sabiduría eternal y daba a sus delicadas esculturas la terrible majestad de Dios.

¡Oh! la época de los titanes, la época en que los ríos manaban leche y miel.

Los lemures fueron de alta estatura y tenían amplia frente, usaban simbólicas túnicas: blancas por delante, negras por detrás, tuvieron naves voladoras y buques propulsados por la energía atómica, se alumbraban con la energía nuclear, y llegaron a un altísimo grado de cultura. (En nuestro libro «El matrimonio perfecto», hablamos ampliamente sobre el particular).

Esos eran los tiempos de la Arcadia: el hombre sabia escuchar entre las siete vocales de la naturaleza la voz de los dioses, y esas siete vocales: i, e, o, u, a, m, s, resonaban en el cuerpo de los lemures con toda la música inefable de los acompasados ritmos del fuego.

El discípulo gnóstico debe vocalizar una hora diaria en el orden aquí expuesto: la forma Indica el sonido prolongado de cada vocal que debe ser una exhalación completa de los pulmones: iiiiiiiiiii eeeeeeeee ooooooooo uuuuuuuu aaaaaaaa mmmmmmmm sssssssssss.

La I hace vibrar las glándulas pituitarias y pineal y el hombre se hace clarividente.

La E hace vibrar la glándula tiroides y el hombre se hace clariaudiente.

La O hace vibrar el chacra del corazón y el hombre se hace intuitivo.

La U despierta el plexo solar (boca del estómago) y el hombre desarrolla la telepatía.

La A hace vibrar los chacras pulmonares y el hombre adquiere el poder de recordar sus vidas pasadas.

Las vocales M y S coadyuvan eficientemente en el desarrollo de todos los poderes ocultos. Una hora diaria de vocalización vale más que leer un millón de libros de teosofía oriental.

El cuerpo de los lemures era un arpa milagrosa donde sonaban las 7 vocales de la naturaleza con esa tremenda euforia del cosmos. Cuando llegaba la noche, todos los seres humanos se adormecían como Inocentes criaturas entre la cuna de la Madre Naturaleza, arrullados por el canto dulcísimo y conmovedor de los dioses, y cuando rayaba el alba, el sol traía diáfanos contentos y no tenebrosas penas.

¡Oh la época de los titanes! Esos eran los tiempos en que los ríos manaban leche y miel.

Los matrimonios de la Arcadia eran matrimonios gnósticos. El hombre solo efectuaba el connubio sexual bajo órdenes de los Elohim, y como un sacrificio en el altar del matrimonio para brindar cuerpos a las almas que necesitaban reencarnarse. Se desconocía por completo la fornicación, y no existía el dolor en el parto.

A través de muchos miles de años de constantes terremotos y erupciones volcánicas, la Lemuria se fue hundiendo entre las embravecidas olas del Pacífico, a tiempo que surgía del fondo del océano el continente Atlante.

Aun Weor

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