LA ORDEN SAGRADA DEL TÍBET

Dijo PAPUS en su «Tratado Elemental de Ciencia Oculta», que los verdaderos INICIADOS del oriente son los adscritos a los santuarios secretos del BRAHMANISMO, pues son los únicos capaces de darnos la clave real del ARCANO A.Z.F., gracias al conocimiento de la lengua atlante primitiva, WATAN, raíz fundamental del sánscrito, el hebreo y el chino.

La Orden Sagrada del Tíbet, antiquísima, es ciertamente la genuina depositaría del real tesoro del ARYAVARTA. Dicen antiguas tradiciones arcaicas que se pierden en la noche aterradora de todas las edades, que esta venerada institución se compone de 201 miembros; la plana mayor está formada por 72 brahmanes.

Escrito está en el fondo de los siglos y con caracteres de fuego, que BHAGAVÁN ACLAIVA, el gran MAHA-RISHI, es el regente secreto de la misteriosa orden. Mediante el santo Ocho, signo del infinito, cualquier CHELA, a condición de una conducta recta, puede ponerse en contacto directo con ésta organización secreta.

El Santo Ocho trazado horizontalmente, es fuera de toda duda una viviente CLEPSIDRA. Si se considera íntimamente la extraordinaria formación de este maravilloso signo, resulta a todas luces la continuidad de un mismo trazo que cierra un doble circuito en el primer rasgo mientras en el segundo, solo cierra uno desviándose en el otro para proyectarse hacia afuera después de cortar el signo en el punto mismo de su cruzamiento central.

Uno cierra y el otro abre. Es, pues, esta llave la requerida para abrir todas las puertas y cortar todas las corrientes formadas por la energía atómica, desde la que hemos imaginado y depositado en el fondo de la conciencia, hasta la originaria de todas, la cual circula en la misma forma, en el centro vital de la NOVENA ESFERA.

Ahora bien, salvar con estos recursos los riesgos propios de toda experiencia astral y obtener una salida AUTO-CONSCIENTE y rápida es, entre otras, una razón más que suficiente para que la Orden Sagrada del Tíbet pueda enfatizar su lema: “NADA RESISTE A NUESTRO PODER”.

De acuerdo con la descripción anterior se insinúa el siguiente ejercicio:

1°—Quietud y silencio mental;

2°—Imaginar vivamente el Santo Ocho;

3°—Meditar profundamente en la Orden Sagrada del Tíbet;

4°—Tal signo, junta o separa todos los elementos regidos por la energía atómica, si se traza con los dedos medio, índice y pulgar de la mano derecha, sobre la superficie del plexo cardíaco.

Amad el santo Ocho, veneradlo, concentraos hondamente en él. Dicho número viene a ser así un claro emblema de aquel Mercurio filosófico —verdadera encarnación de HERMES—, con el cual el INICIADO debe trabajar en el MAGISTERIO DEL FUEGO.

Meditad en el signo sagrado del infinito, perfecta representación del nexo viviente que enlaza sabiamente los dos mundos divino y material, que manda respectivamente, de las aguas de arriba y de las de abajo del espacio profundo en la segunda fase de la creación y que por último se unen en el foco central interno de la conciencia individual, como vehículo, canal y medio de expresión del uno en el otro. Concentraos profundamente en el santo símbolo, en el Ocho inefable, en esa doble corriente de fuego y agua que se entrecruzan sabiamente en la NOVENA ESFERA dentro de las entrañas vivientes de la tierra.

Recordad la noble figura alquímica de Basilio Valentin, variación resplandeciente del caduceo, símbolo sacratísimo del Mercurio de los sabios en el que se unen las activas propiedades del AZUFRE con la maravillosa fecundidad productora de la sal, para realizar sabiamente el místico connubio de dos luminares en tres mundos.

Que haya profundidad en vuestra concentración. Meditad en la Orden Sagrada del Tíbet. Evocad esos Ocho KABIRES o KABIRIM del signo del Infinito; esos Ocho Hermanos; semíticas divinidades inefables cuyo culto y misterios pasaron después a los griegos y romanos, hallándose su centro especial en SAMOTRACIA. Considerados esos dioses santos como los hijos de Hefesto o VULCANO y de una bella hija de PROTEO, aparecen nacidos del FUEGO SAGRADO que se desarrolla y desenvuelve dentro del interior de la tierra. Son pues, estos Ocho Hermanos, los rectores de la naturaleza; los generadores de los fenómenos vitales, los reguladores de todas las actividades fundamentales del organismo planetario en que vivimos. Meditad y orad; permaneced alertas y vigilantes como el vigía en época de guerra y no caigáis en tentación.

Que el Santo Ocho inefable y terriblemente divino se sumerja como un bálsamo precioso dentro de vuestro adolorido corazón y que los ocho Kabires guíen vuestros pasos hacia la Orden Sagrada del Tíbet. Sed, os digo, ÍNTEGROS, UNITOTALES, RECEPTIVOS, una noche cualquiera, no importa cual, seréis llamados desde el templo de los Himalayas. “Pedid y sé os dará; golpead y se os abrirá”.

¡Oh Lanú! dime: ¿Estáis dispuesto a soportar las pruebas? Dicen los viejos sabios del oriente que siete son las pruebas básicas, fundamentales, indispensables para la recepción Iniciática en la Orden Sagrada del Tíbet. Sobre la última de estas pruebas ya habló el Maestro LUXEMIL. ¿Es acaso muy agradable experimentar el terror de la muerte? Empero, solo así venimos a comprender que el precio de la AUTO-REALIZACIÓN ÍNTIMA DEL SER, se paga con la propia vida.

¡Lúgubre suerte me cabe al contemplar un ígneo rastro de aquello que fue! Yo estuve en las luchas; supe de pruebas; golpeé como otros en las puertas del templo. Esa belleza seductora del Templo Oriental puso un destello de vida a mi alma sufrida como el rayo que color pone, a la nube que llora el arco iris que alegra. Imagen sacra del templo, grata y radiante, fue cual estrella errante o como rápido meteoro, el rayo que abrió en mi noche un ardiente surco de oro. Ese santuario inefable del Tíbet es el fanal y la tea, el hálito que orea y el turbión que alborota, la calma del espíritu que recrea y la tormenta que azota. Misterio insondable, armonía dulce y fuerte, severa y grave; Dios me depare obtenerte como fúnebre lirismo, prez de sangre, flor de abismo, luto y gloria de la muerte.

Sobre este negro río de la existencia profana, la verdad austera y grave brilla como el silencio de las estrellas por encima del estrépito terrible de las olas. Y fui sometido a pruebas indecibles dentro de esos muros sagrados, en el patio solariego del templo. ¡Cuantos recuerdos! ¡Que pliegue su ala de oro la tarde en el vacío, que vengan a mi mente para bien de mis lectores esas reminiscencias esotéricas, titilen las estrellas, que me digan en secreto muchas cosas las aves nocturnas!

Y en aquel patio de misterios, una DAMA ADEPTO después de tantas y tantas pruebas espantosas y terribles en gran manera, me enseñó siniestramente, la descarnada y horrible figura de la muerte; Huesuda calavera entre sus dos canillas cruzadas…

Dejadme vivir un poco más… Yo estoy trabajando por la humanidad doliente… pagaré todo lo que debo sacrificándome por la gran huérfana. Tened compasión por mí. “Si tú hubieras estado preparado moriríais en presencia de esta figura”. Esta fue la respuesta y luego vino un silencio aterrador.

Yo, vil gusano del lodo de la tierra, de pie junto a una de estas solemnes columnas invictas del santuario… ¡Ay de mí! ¡Ay! ¡Ay!, Tremendos recuerdos vinieron a mi mente… estaba metido dentro la Orden Sagrada del Tíbet, pero esto no era nuevo para mí, recordé que en otros tiempos había estado allí en ese mismo lugar parado junto a la misma columna veneranda. En el patio, alrededor de la mesa sagrada, un grupo de NIRMANAKAYAS estaban sentados… aquellos seres inefables destilaban felicidad.

¡Oh Dios! ¡Qué túnicas tan hermosas, vestiduras de paraíso, que rostros tan divinos!, es obvio que no faltaba entre ellos algunos SAMBHOGAKAYAS, los cuales como es sabido tienen tres perfecciones más que los NIRMANAKAYAS.

Permítanme ustedes decir algunas palabras… me viene en estos instantes a la memoria el recuerdo de otros tiempos; hace ya muchos siglos que yo estuve parado aquí en este mismo lugar y junto a esta misma columna. “Si tú no hubieras estado antes aquí —me contestó un anciano venerable— no habríais vuelto a golpear en las puertas de este templo”. Avancé algunos pasos retirándome de la columna para situarme reverente ante la mesa de los santos; el anciano que había tomado la palabra en nombre de todos los elegidos, se puso de pie para hacerme algunas justas recriminaciones.

¡Qué rostro tan majestuoso, parecía un cristo viviente, en sus ojos se reflejaban muchos días y noches cósmicas, su barba sagrada era una viva representación del verbo universal de vida y su cabellera inmaculada cayendo sobre sus hombros inefables nos recordaba al anciano de los días de la Kábala hebraica!

Habló y dijo cosas terribles; mencionó a una mujer que yo había conocido después del sumergimiento del viejo continente Atlante. “¿Te acuerdas de fulana?”. Si venerable Maestro, me acuerdo de ella; es evidente que yo había fracasado por ella en los antiguos tiempos. “¿Te acuerdas de zutana?”. Sí venerable Maestro, me acuerdo de ella. Entonces vino a mi mente el recuerdo viviente de una reina Tibetana. En el Asia Central, en el corazón mismo de los Himalayas, a un lado del Tíbet existió un reino maravilloso hace ya cerca de un millón de años. Los habitantes de aquel antiguo país fueron el resultado de una mezcla ARIO-ATLANTE.

Todo esoterista sabe muy bien que la primera subraza de nuestra actual quinta raza raíz floreció en el Asia Central. Yo viví en ese viejo país y conocía a la citada reina, a esa que el Maestro me recordaba en forma recriminativa. Ella vino a mí cuando yo era sacerdote de la Orden Sagrada del Tíbet. Sufría la infeliz y me contó sus tragedias. El monarca, su esposo, estaba enamorado de otra mujer y es natural que la desgraciada reina hubiera caído en la desesperación. Quise ayudarla, hice lo que puede por ella pero cometí graves errores.

Asaltar la mente ajena es un delito y sería absurdo negar mis propios errores, usé los poderes psíquicos en forma evidentemente negativa y hasta cometí el error de recibir algún dinero. El tesoro real me pagó la suma, a cuenta de gastos de la reina. El esposo abandonó la concubina, rey y reina se reconciliaron para bien de aquel país.

Aparentemente hice bien, mas recordemos las palabras del Maestro MORÍA: “Entre las cadencias del verso también se esconde el delito”. A todas luces resulta claro comprender que caí en el absurdo, que cometí estupideces y por tal motivo a pesar de ser un “dos veces nacido”, fui severamente castigado. Allí estaba el anciano recordándome todas estas cosas y es claro que mi dolor moral fue espantoso en gran manera.

“¿Te acogiste a la Orden de la JARRETERA?”. Si venerable Maestro, me acogí a ella, fue mi respuesta. ¿Cómo negarlo? La mirada de aquel anciano sacratísimo me traspasaba el corazón, imposible esconderme ante la divinidad. Recordé entonces aquella antigua personalidad que tuve en la vieja Roma. Se me confió la misión de establecer un escenario fuerte para la cuarta subraza de esta quinta raza raíz y entonces utilicé la personalidad humana de Julio César. Formé el Gran Imperio Romano, me batí como un león en las Galias y todo el mundo sabe que fui asesinado por Bruto, el traidor.

No tenia necesidad de acogerme a la Orden de la JARRETERA, las leyes secretas de la Gran Vida Universal de todas maneras me habrían ayudado sin necesidad de la citada institución romana. Después de estas recriminaciones me sentí avergonzado conmigo mismo, apenado y con el corazón adolorido.

Una DAMA-ADEPTO disfrazada, con el traje de verdugo ritual, avanzó resueltamente hacia mí con el látigo sagrado empuñado en su derecha, de inmediato entendí que debía pasar por la flagelación evangélica. Caminé rumbo al interior del templo, despacito… a lo largo de aquel patio vetusto rodeado de murallas arcaicas. ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere!, exclamó la DAMA a tiempo que me azotaba en verdad con el látigo sagrado.

“Sí, eso es lo que quiero, morir, morir, morir, azotadme más fuertemente”; y aquellos latigazos en vez de producir en mí ese dolor espantoso de la tortura me entraban como si fueran rayos eléctricos, beneficiándome, pues sentía en mi interior que esas entidades que constituyen el YO PLURALIZADO, eran abatidas de muerte.

Escrito está que HORUS debe vencer y destruir a los demonios de SETH (Satán) para que el alma resucite en el corazón de OSIRIS (El Cristo).

Es evidente, cierto, patético, que después de haber vuelto al nacimiento segundo, necesitaba morir en sí mismo, aquí y ahora. Esta no es la muerte ordinaria común y corriente de los profanadores de la vida que infunde tan gran terror a los seres vulgares. A esas muchedumbres que pueblan la faz de la tierra.

Ciertamente esta es la muerte INICIÁTICA o FILOSÓFICA de los MAESTROS a la cual hacía referencia Giordano Bruno, escribiendo: “Coloro Che Filosofano Dirittamente Intendono a Morire”.

Esta es la muerte de SETH, el MÍ MISMO, el SÍ MISMO, tan adorado, por muchos equivocados sinceros.

Han pasado ya muchos años de mi vida y jamás he podido olvidar este evento cósmico ocurrido en el corazón de los Himalayas. Hoy estoy muerto, trabajé intensamente con ayuda de mi serpiente sagrada, los demonios rojos han sido derrotados.

Grande fue la lucha pero logré la muerte INICIÁTICA. El camino es mas amargo que la hiel. Muchos son los llamados y pocos los escogidos. El sendero de la vida está formado con las huellas de los cascos del caballo de la muerte.

Necesitaba disolver el EGO, morir, si, y ahora parlo porque…

Samael Aun Weor

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