LA SANTA RELIQUIA

Al expirar en el misterio las notas postreras de los delicados cánticos y cuando todos los augustos caballeros de aspecto divinal han ocupado sus asientos junto a las sacras mesas, sigue un silencio imponente…

Iba toda desnuda la visión estupenda con blancores de nardo, atrayente y fatal…

Exótico misterio…

Desde un fondo profundo, como saliendo de la negra sepultura se oye la voz del viejo Titurel…

Ordena a su hijo imperativamente, descubrir el Santo Grial para contemplarle por última vez.

Amfortas se resiste y dice: “¡No! ¡Dejadlo sin descubrir! ¡Oh! ¿Será posible que nadie sea capaz de apreciar esta tortura que sufro al contemplar lo que a vosotros embelesa?”…

“¿Qué significa mi herida, qué el rigor de mis dolores, ante la angustia, el suplicio infernal de verme condenado a esta misión atroz?”…

“Cruel herencia, que se me encomienda, único delincuente entre todos… guardián de la santa reliquia”…

“Necesito implorar la bendición para las almas puras”…

“¡Oh castigo, castigo sin igual que me envía el Todopoderoso a quien ofendí terriblemente!”…

“Por él, por el Señor, por sus bendiciones y mercedes he de suspirar con ansia vehemente”…

“Sólo por la penitencia, sólo por la más honda contrición del alma, he de llegar hasta ÉL”…

“La hora se acerca, un rayo de luz desciende para iluminar el Santo Milagro; el velo cae”…

“Con poder esplendoroso brilla el contenido Divino del vaso consagrado”…

“Palpitando en el dolor del supremo deleite, siento verterse en mi corazón la fuente de la sangre celestial”…

“Y el hervor de mi propia sangre pecadora habrá de refluir en torrente loco, y derramarse, con pavor horrendo, por el mundo de la pasión y del delito”.

“De nuevo rompe su prisión y mana caudalosa de esta llaga, a la suya semejante, abierta por el golpe de la misma lanza que allá infirió al Redentor, esa herida con que lloró en lágrimas de sangre, por el oprobio de la humanidad en el anhelo de su Divina compasión”.

“Y ahora, de esta herida mía, en el más santo lugar, custodio yo de los Bienes Divinos, guardián del bálsamo de redención, brota la hirviente sangre del pecado, renovada siempre en la fuente de mis ansias, que ninguna expiación puede, ¡ay!, extinguir ya”…

“¡Piedad! ¡Compasión! ¡Tú, el Todo Misericordioso, ten lástima de mí! ¡Líbrame de esta herencia, ciérrame esta herida y haz que sanado, purificado y santificado pueda yo morir para ti!”…

“No sé quién soy realmente en esta llama cruenta de angustia, de dolor, de goce y llanto en que nace el Misterio de un encanto que destruye mi vida y la alimenta, más presiento algo terriblemente Divino”…

“No sé quién soy en esta red fatal de mi propia existencia que contempla con asombro místico, peces de espuma en vértigos de espanto, y un venero de siglos que levanto para saciar inútilmente esta sed insaciable que me atormenta”…

“En este mundo vano de tinieblas y amarguras infinitas, me interrogo con voz desconocida que parece una voz ajena y grave”…

“¡Y queda mi pobre razón desvanecida, mísera sombra del pecado!”…

Amfortas cae desmayado después de estas palabras, y es descubierto el Santo Grial…

Cuentan viejas tradiciones que se pierden en la noche de los incontables siglos, que cuando aquel eximio varón sublime sacó el cáliz sagrado -símbolo perfecto del YONI femenino-, un denso crepúsculo, -la niebla sexual del Tabernáculo Hebreo-, se esparció deliciosamente por todo el ámbito maravilloso del Santuario.

Esto nos recuerda al SAHAJA-MAITHUNA en el instante supremo… Los Misterios del LINGAM-YONI son terriblemente Divinos…

Desde arriba, del cielo, de Urania, desciende un purísimo rayo de luz que al caer sobre el cáliz le hace brillar con un esplendor purpúreo, infinito, inagotable…

Amfortas sabe usar la cruz fálica y con el semblante transfigurado levanta el Grial en alto y bendice el pan y el vino de la transubstanciación.

Los coros resuenan deliciosamente amando y adorando.

Amfortas vuelve a depositar en el arca la sagrada ascua que va palideciendo lentamente a medida que se disipa de nuevo el espeso crepúsculo sexual…

“El pan y el vino es repartido por las mesas, a las que todos se sientan, excepto Parsifal que permanece en pie y en éxtasis, del que sale al fin tan sólo por los lamentos de Amfortas, por los que sufre, el joven, mortal espasmo. Gurnemanz creyéndole embrutecido e inconsciente a todo aquello, le agarra por un brazo y le arroja brutalmente del recinto sagrado mientras se extinguen en el espacio las voces de jóvenes, niños y caballeros que cantan la santificación en la Fe y en el Divino Amor”.

Samael Aun Weor

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