En el museo de Antropología e Historia de la ciudad de México se halla Xochipilli sentado sobre un cubo de basalto bellamente tallado. Las rodillas en alto y las piernas en cruz de San Andrés, las manos con los pulgares e índices en contacto y la vista hacia el infinito. Grandes orejeras de jade; coraza -con fleco que termina en garras de tigre o colmillos de serpiente- sobre la cual, en el pecho, ostenta dos soles con sendas medialunas sobre los mismos; pulseras y rodilleras que rematan en flor de seis pétalos; canilleras con garras que aprisionan sus tobillos y, sobre las canilleras, dos campanolas con las corolas hacia abajo arrojando, una, seis semillas y la otra fuego; cactli cuyas correas se anudan graciosamente sobre sus pies.
Xochipilli: “Xochitl”: flor; “Pilli”: principal”. Dios de la agricultura, de las flores, de la música, del canto, de la poesía y de la danza. “Flores y cantos son lo más elevado que hay en la tierra para penetrar en los ámbitos de la verdad”, enseñaban los tlamatinime en los Calmecac. Por eso toda su filosofía está teñida por el más puro matiz poético. La cara de Xochipilli es impasible pero su corazón rebosa de alegría.
Los anales dicen que el Sol-4-Aire, o Ehecatltonatiuh, es Quetzalcoatl, el dragón luminoso, dios hermafrodita de los vientos que soplaban desde el oriente por los cuatro puntos cardinales. Su comparte o igual es Cuauhcoatl, la mujer serpiente. Quetzalcoatl llegó de Venus y regresó a Venus. Por eso, cuando el Sol todavía está sobre el horizonte despidiendo sus últimos rayos de oro, la estrella de la tarde, el alma de Quetzalcoatl, empieza a brillar con sus primeras temblorosas luces.
Después del Sol-4-Ocelotl, Quetzalcoatl se sangró el falo e hizo penitencia con Mictlantecuhtli, Huictiolinqui, Tepanquezqui, Tlallamanac y Tzontenco, para crear a los hombres que nuevamente poblarían a Anahuac. Ese sacrificio se realizó en Tamanchoan (casa de donde bajamos) e hizo posible la entrada de la vida en los huesos -de los gigantes devorados por los tigres- traídos del Mictlan por Quetzalcoatl.
Los hombres son el fruto del sacrificio de los dioses. Con su sacrificio los merecieron. Por eso los llamaban Macehuales (los merecidos por los Dioses).
En la parte inferior del calendario azteca dos Xiucoatl se encaran. En sus fauces asoman las caras de dos personajes. El de la derecha tiene la misma corona, la misma nariguera y las mismas orejeras que Tonatiuh. Este doble personaje es Quetzalcoatl caído en el plano físico. Está unido por su lengua de pedernal a su comparte o igual, Xiucoatl, que porta bezote y se cubre la cara con un velo. Ellos son los caídos Adam y Eva por la trasgresión de la Ley de Dios: No fornicar.
Los Nahuas, para transmitirnos su filosofía sólo contaban con la escritura ideográfica, motivo por el cual tenían que tallar muchas esculturas para hablar, en cada una de ellas, de los atributos de la Pareja Divina, Padre y Madre de los Dioses y los hombres.
Quetzalcoatl, el Cristo Cósmico que encarnó entre los Nahuas para enseñarles a vivir de acuerdo con las leyes de Dios y para dar su mensaje de triunfo (“En el mundo tendréis aflicción, mas confiad, yo he vencido al mundo” Juan 16,33), se desdobla en Xochipilli, quien en el pecho ostenta el símbolo de Gran Deidad. Las garras felinas del fleco de su coraza son las mismas que a los lados de la cara de Tonatiuh destrozan corazones, símbolo del sacrificio de las emociones del iniciado; sacrificio sin el cual no es posible llegar a Dios.
La vulgo religión nahua celebraba la fiesta a Xochihuitl en la cual, durante los cuatro días que la precedían, era obligatorio comer solamente panes de maíz sin sal una vez al día y dormir separados de sus mujeres los casados. Al quinto día, públicamente se ofrecían a Xochipilli danzas y cantos acompañados de Teoamoxtli y tambores, ovación de flores recién cortadas y panes con miel de abejas en los cuales se ponía una mariposa de obsidiana, símbolo del alma del creyente.
Xochiquetzal
Xochiquetzal es la diosa del amor, la comparte o igual de Xochipilli, cuya morada está en el Tamoanchan, el depósito de las aguas universales de vida que en el hombre se ubica en los zoospermos. Lugar paradisíaco, alfombrado de flores, de ríos y fuentes azules, donde crece el Xochitlicacan, árbol maravilloso que basta que los enamorados se paren bajo el cobijo de sus ramas y toquen sus flores para que sean eternamente felices.
Jamás hombre alguno ha visto a esta deidad, sin embargo los Nahuas la representaban joven y hermosa, con el cabello sobre sus espaldas y un gracioso fleco en la frente; diadema roja de cuero de la que salían, hacia arriba, penachos de plumas de quetzal, aretes de oro en las orejeras y joyel del mismo metal en la nariz; camisa azul bordada con flores y plumas multicolores; falda policromada y en sus manos ramos de fragantes rosas.
Su templo estaba dentro del templo Mayor de Tenochtitlán y, aunque pequeño, lucía tapices bordados, plumas preciosas y adornos de oro. Xochiquetzal tenía poder para perdonar. A su templo iban las mujeres grávidas, después de tomar un baño lustral, para confesarle sus pecados y pedirle perdón y ayuda, mas si estos eran muy grandes, a los pies de la deidad se quemaba la efigie de la penitente modelada en papel de amate (ficus petiolaris).
En los Calmecatl -“calli”: casa; “mecatl”: cuerda, lazo, corredor largo y estrecho en las habitaciones interiores de un edificio- tenía lugar una ceremonia ofrecida a Xochipilli. Once niños, todos hijos de nobles, ejecutaban cantos y danzas en círculo en las cuales daban tres pasos hacia adelante y tres pasos hacia atrás, seis veces, al mismo tiempo que agitaban graciosamente sus manos. Un niño, arrodillado frente al fuego que ardía en el altar, oraba silenciosamente por el pan de cada día y otro niño permanecía parado en la entrada del templo haciendo guardia.
Este ceremonia duraba tanto como las danzas infantiles y debía celebrarse en la primera noche que apareciera en el cielo la fina hoz plateada de la Luna nueva. El director del calmecatl de pie entre el niño que oraba y los danzantes, dando frente al altar, con el rostro impasible como el de Xochipilli, recogía las vibraciones de la oración infantil, las de los cantos, las de las danzas, y levantando sus manos oscuras hacia el cielo, que ahora antojábase una flor, pronunciaba quedamente la mística e inefable palabra que designa, define y crea, y que los niños pronunciaban en coro:
DANTER-ILOMBERBIR.
“Si no os hiciereis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos”.
Mateo 18,2-4).
Pero no glotones, díscolos y groseros como algunos niños, sino como aquellos humildes y confiados en sus padres que les dan todo lo que han de menester.
Sabiduría es amor. Xochipilli mora en el mundo del amor, de la música, de la belleza. Su rostro sonrosado como la aurora y sus rubios cabellos le dan una presencia infantil, inefable, sublime. El arte es la expresión positiva de la mente. El intelecto es la expresión negativa de la mente. Todos los adeptos han cultivado las bellas artes.
Los viernes, de 10 p.m. a 2 a.m., se puede invocar a Xochipilli. Él hace girar a favor de quienes se lo piden y lo merecen la Rueda de la Retribución. Pero él cobra todo servicio, él no puede violar la ley.
En el interior del templo del Sol, los Caballeros Ocelotl y los Caballeros Cuautli, ataviados con yelmos en forma de cabezas de tigre y águila, todos con penachos de plumas de quetzal en la nuca, símbolo de la lucha que en la tierra tenían que sostener contra el mal; llevando en una de sus manos un ramos de rosas y en la otra la macana forrada con piel de tigre y plumas de águila, símbolo de poder; en sus muñecas brazaletes y en sus pantorrillas canilleras, celebraban otra ceremonia el primer jueves de Luna nueva. En ella había danzas y cantos rituales, y uno de los tlamatinime (espejo horadado en sí mismo, órgano de contemplación, visión concentrada del mundo de las cosas) cerraba la ceremonia con la siguiente oración:
“Señor por quien vivimos, dueño del cerca y del lejos, con alegría te damos gracias por Nuestro Señor Quetzalcoatl, quien con el sacrificio de su sangre y la penitencia hizo que entrara en nosotros tu vida. Haznos fuertes como él, haznos alegres como él, haznos justos como él”.
-Así sea- decían todos en coro.
Práctica
Después de una oración a Dios y a los Maestros, la que le sea familiar, cada jueves debe usted dar principio al estudio del capítulo que esa semana le corresponda estudiar.
Cuando haya terminado, siéntese cómodamente en su silla; esta debe ser la que usa regularmente en el sanctum sanctorum de su hogar y la que no debe usar para otros menesteres. Relaje todo su cuerpo, ponga su mente en blanco por unos minutos y aquiétese totalmente.
Cuando lo haya logrado, expanda su conciencia desde adentro hacia afuera, vea que ella se agranda hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados, siempre alrededor de su cuerpo. Vea el color de su camisa, de su corbata, de su traje, de sus zapatos. Vigile que su cuerpo se encuentre relajado y en posición estética. Observe la orientación de su habitación, los muebles, los cuadros; identifíquelo todo antes de abarcar las calles de toda la ciudad donde vive; identifíquelas, sienta el correr de los vehículos y, así, vaya expandiendo más y más su conciencia hasta que abarque toda la Tierra. Después, abarque el espacio sin límites donde se mueven los soles y mundos siderales.
Este ejercicio debe durar una hora y hacerse durante treinta días con excepción de los domingos.
El Maestro Samael Aun Weor