“Aquel que puede curar enfermedades, es médico. Ni los emperadores, ni los papas, ni los colegios, ni las escuelas superiores pueden crear médicos, pueden conferir privilegios y hacer que una persona que no es médico aparezca como si lo fuera, puede darle permiso para matar, mas no pueden darle poder de sanar, no pueden hacerlo médico verdadero si no ha sido ya ordenado por Dios”.
(Paracelso)
Para ser médico verdadero se necesita tener sabiduría. La palabra “wisdom” (sabiduría) se deriva de vid (ver) y de don (juicio) Aquí se alude a lo que se ve con los sentidos del alma y del INTIMO; a los juicios sabios, fundamentados en esas percepciones ultra-sensoriales, y no simples intelectualismos dogmáticos, a vanidosas suficiencias profesionales, ya en declinación y decrepitud.
¿Cómo puede llegar a la sabiduría aquel que no ha desarrollado la clarividencia? ¿Cómo puede ser médico de los demás aquél que no es médico de sí mismo? ¿Cómo puede sanar a los demás aquél que no está sano en su corazón?
El 50% de los consultorios médicos, sin pecar por exageración, son prostíbulos disimulados. Que lo diga el otro 50% de médicos inculpados.
En los consultorios médicos adultera la aristocrática dama y la humilde aldeana. El rubor de las jóvenes esposas o de las pudorosas doncellas no alcanza a detener el desafuero del médico de ver y de tocar lo que es secreto y prohibido. Y esto ocurre precisamente cuando la reprimida o insaciable “libido”, lo que Freud llama “hambre sexual”, no puede o no tuvo tiempo de devorar honras y sacrificar virtudes… Un médico auténtico, tiene que ser absolutamente casto y bueno, o en último término, blando de corazón.
¿Obrar así, contra las leyes morales, es sabiduría? O será cultura esto, civilización, o ¿Cómo se podría llamar?
La Maestra H. P. Blavatsky dice: “Cuando aparecieron en la tierra hombres dotados de inteligencia superior, dejaron a este poder supremo (el intimo) obrar irresistiblemente, y de él aprendieron sus primeras lecciones. Todo lo que tuvieron que hacer, fue imitarlo, pero para reproducir los mismos efectos por un esfuerzo de voluntad individual, se hallaron obligados a desarrollar en su constitución humana un poder creativo (el Kundalini), llamado Kriyasakty en la fraseología oculta”.
Para ser médico es preciso el fuego del Espíritu Santo. Este fuego resulta de la transmutación de nuestras secreciones sexuales por medio de la Culebra.
¿Cómo puede servir de vehículo de expresión para el “INTIMO’ aquel cuya alma está manchada por el amor al lucro y por la sed insaciable de fornicación?
El “INTIMO” en nosotros, es nuestro Maestro Interior, nuestro Dios, nuestro “Real Ser”, nuestro “Espíritu”, nuestro Yo Superior, nuestro Padre que está en secreto. El “INTIMO” es una llama inefable de la Gran Hoguera; Un fragmento del absoluto en nuestro corazón.
El “INTIMO” dentro de nosotros es aquel Ruach Elohim que según Moisés, labraba las aguas en el principio del mundo. El “INTIMO” es la “MONADA” de Carpócrates, el “DAIMON” de Sócrates, la Seidad de los tibetanos, el silencioso Gandarva o Músico Celeste de los Hindúes.
El “INTIMO” es nuestro Padre en nosotros, el Alma es el Hijo, y el Espíritu Santo es la fuerza sexual, llamada Kundalini, simbolizada en la culebra. Cuando el hombre ha desarrollado en su constitución humana ese poder del fuego, entonces es ya médico auténtico, ungido por Dios. De esta manera el “INTIMO” Divino se expresa a través del Ungido, y realiza asombrosas curaciones.
Un hombre puede haber estudiado teóricamente el organismo humano y sus enfermedades, pero esto no quiere decir que tenga el poder de sanar, porque nadie puede recibir este poder de los hombres, sino de Dios.
En el país asoleado de Khen, allá en los lejanos tiempos del antiguo Egipto, los enfermos eran llevados, no a consultorios médicos, sino a los templos augustos y sagrados donde se cultiva la hierática sabiduría. De los templos salían los enfermos sanos y salvos.
Un sopor de eternidades pesa sobre los antiguos misterios. En la noche profunda de las edades parece percibirse allá, en la remota lejanía, el verbo delicioso de los viejos sabios que esculpieron su sabiduría en extraños relieves en los muros invictos. Calles de esfinges milenarias contemplaron silentes millares de peregrinos venidos de distantes tierras en busca de salud y de luz. Rostros quemados por el sol ardiente de la Arabia feliz, gentes venidas de Caldea, mercaderes judaizantes de Cíclopes o de Tiro, viejos Yoguis de la tierra sagrada de los Vedas…
La medicina fue siempre sagrada. La medicina fue el patrimonio bendito de los magos. En esos olvidados tiempos del lejano Egipto, los enfermos cubríanse de aromas en los templos y el verbo inefable de santos Maestros llenábalos de vida. La gran “Ramera”, cuando esto ocurría no había parido al “Anticristo” de la falsa ciencia, y tampoco el pontífice de todas las abominaciones de la tierra habíase sentado sobre sus siete colinas.
Y en aquellas provectas edades, bajo los pórticos sagrados, exclamaba el sacerdote de Sais: ¡Solón, ay hijo mío! Día llegará en que los hombres se reirán de nuestros sagrados jeroglíficos, y dirán que los antiguos adorábamos ídolos”.
En la edad de ACUARIO, se acabarán los consultorios médicos y se abrirán “Santuarios de Curación” por donde quiera, no importa que nos toque soportar con estoicismo los zarpazos de la bestia, cuyo número es 666.
¡Hijos de la luz, por nuestras ideas, a la batalla! ¡Por el triunfo de la verdad y el Bien, a la batalla!
Samael Aun Weor